El espía Lorenzo Falcó, a las órdenes del Servicio Nacional de Información y Operaciones (SNIO), tiene la misión de secuestrar en Biarritz al empresario vasco Tasio Sologastúa, colaborador de la República en plena Guerra Civil Española. Tras hacerlo con éxito, regresa a España y el Almirante le encomienda una doble misión de más riesgo en París.
‘Sabotaje‘ (Alfaguara, 2018) es la tercera de las novelas de Arturo Pérez-Reverte cuyo protagonista es este agente ahora a sueldo del bando nacional, pero que no deja de ser un mercenario. En esta ocasión, tendrá que conseguir que el famoso escritor, intelectual y aviador francés Leo Bayard (inspirado en André Malraux) sea visto como un agente fascista que ha traicionado a la izquierda, a la República y a los comunistas rusos. Y no solo eso, sino que su doble misión se completa con el objetivo de impedir que el pintor Pablo Picasso termine de pintar El Guernica.
Pérez-Reverte vuelve a demostrar la solidez en el lenguaje y la trama de las dos anteriores novelas, ‘Falcó‘ y ‘Eva‘. Su manejo de la situación como escritor de novelas de espías queda fuera de toda duda, con un argumento sólido en el que todo está atado. Y lo que no lo está, así queda por alguna razón que no podemos asociar con la falta de pericia escribiendo.
‘Sabotaje‘ vuelve a adentrar al lector en el mundo de las novelas de espionaje y contraespionaje. En lugar de ver a Falcó en Alicante en Tánger, ahora llega el turno del glamour, el lujo y la frivolidad del París de modelos, cantantes, actrices y escritores. Por sus cabarets y cafés como Les Deux Magots circulará la flor y nata del momento. No solo Leo Bayard y su pareja, la fotógrafa Eddie Mayo (alter ego de Lee Miller). También conoceremos, quizás, el lado más humano y desagradable de Gatewood (que no es otro que Ernest Hemingway).
Y, claro está, la intimidad del estudio de Picasso. Un hombre a quienes incluso los más cercanos a él en París tildarán de tacaño. Esta visión que muestra Pérez-Reverte en ‘Sabotaje‘ seguramente no gustará a muchos. Bien es cierto que es una novela, que es ficción, pero a veces puede ser molesta la cara de los mitos cuando no los alumbra la luz del público y se muestran como son. Este puede ser el caso de Gatewood y de Picasso. Porque otros mitos, como Marlene Dietrich, no son desagradables en absoluto, ni hipócritas, ni malhumorados, ni tacaños, en las distancias cortas.
Falcó se moverá entre ellos fingiendo ser Ignacio Gazán, un coleccionista de arte español que vive en La Habana y llega a París de la mano de Hupsi Küssen (nazi del III Reich) para comprarle obras de arte de Picasso. Mientras lo hace, Falcó correrá peligros, como siempre, pero irá saliendo airoso de todos ellos, aunque le cueste coger una pulmonía por tener que saltar al Sena para salvar la vida. Episodio, como otros, en el que podemos preguntarnos si el autor se excede en las habilidades de Falcó para salir airoso de todos los problemas a los que se enfrenta.
La polémica de la novela estaba servida por el argumento dado al origen de El Guernica, que con tanta crudeza simboliza el horror de la guerra y del bombardeo de Guernica por parte de la aviación nazi el 26 de abril de 1937. Tal y como se señala en ‘Sabotaje‘, Picasso (que incluso le pinta un retrato a Falcó en una de sus visitas a su estudio de París) no lo pintó por patriotismo ni por sentimientos ideológicos de izquierdas, sino por dinero pagado por la República como acto de propaganda para la Exposición Internacional de París de 1937.
Una hipocresía que en esta novela se destaca, sobre todo, en críticas varias a la izquierda (como en los comunistas) que lucha por el bando republicano. Más allá de buenos o malos, una idea que parece estar en el fondo de la novela es que los nacionales, los fascistas y los nazis podían ser escoria, pero no eran hipócritas. Y la izquierda, dividida y cainita, suma la hipocresía a la violencia y los crímenes, a las purgas que acaban matando a más inocentes que culpables de ser traidores. Excesos no solo cometidos en España, también en Rusia.
Alejado de la España que se mata a sí misma, Falcó se desenvuelve con destreza con su doble identidad. Se muestra, de nuevo, como un hombre sin escrúpulos que con un par de mentiras y una sonrisa se lleva de calle a cualquier hembra que quiera. Porque Pérez-Reverte no habla de mujeres, habla de hembras en esta serie de novelas. Y a cualquiera de ellas, el protagonista las seduce, cuando quiere esforzarse mínimamente, con un par de sonrisas y comentarios.
Falcó no lucha en ningún bando más que en el suyo, repite en más de una ocasión. No es un desertor ni un traidor, porque nunca se traiciona a sí mismo. Como tampoco pierde en ningún momento (o casi nunca), en ocasiones con un lenguaje demasiado épico que intenta crear tensión donde no la hay, la vigilancia constante. En cualquier lugar puede haber un enemigo, incluso del bando nacional, a punto de matarle. Aunque finalmente eso no pase nunca.
Bien es cierto que la personalidad de Falcó vuelve a ser dibujada con demasiados aires de mito indestructible por parte de Pérez-Reverte en ‘Sabotaje‘. Sin embargo, no deja de ser, una vez más, un peón en una partida de ajedrez en la que, en primer lugar, quien manda más que él es el propio Almirante. Peón con libertad de actuación dentro de lo que cabe, sí, pero siempre obligado a decir «señor» o «a su orden» al Almirante. Y, aunque él no lo sepa, sin contar con toda la información de con quién se rodea en sus misiones porque, a fin de cuentas, es un peón, pese a que otros lo vean incluso como un alfil.
Por eso, dejando a un lado la exquisitez del lenguaje o el rigor histórico de estas novelas, Pérez-Reverte intenta darle a Falcó la apariencia de tipo duro que puede con todo. Pese a que en más de una ocasión tenga unas altas dosis de suerte e intervención ajena a su persona para sobrevivir en cada una de sus misiones. Demasiada suerte, tal vez, para un hombre que parece ser una especie de genio del espionaje. Quizás de ahí podamos extraer una crítica negativa a esta Serie Falcó: el espía tiene una dimensión de poder de supervivencia por encima de lo que sería más real.
Por lo demás, ‘Sabotaje‘ juega muy bien la carta de ser una novela de espías clásica, una novela que aunque no la llamemos histórica como tal, se le acerca bastante. Tiene descripciones soberbias por parte del autor, se nota el largo proceso de investigación in situ que ha llevado a cabo. Tiene muy buenas reflexiones sobre la vida y la muerte, sobre la Historia de España, sí. Y también de geopolítica, con la Guerra Civil Española vista por varios personajes como el aperitivo o antesala de lo que sería la II Guerra Mundial.
Pero también tiene ciertos dejes que pueden descolocar un poco al lector que se acerque a estas novelas. Dos se han dicho ya: la primera es que Falcó está alzado en un pedestal que tendría que ser más bajo de lo que es en la narración; y otra, algo más puntillosa si se quiere, es el tratamiento que se hace de la mujer, denominándolas hembras. De carácter fuerte y nada sumiso, con personalidades incluso más fuertes (para bien o para mal) que Falcó, como la de Eva Neretva.
Mas, a fin de cuentas, hembras que acaban siendo un trozo de carne a conquistar por Lorenzo Falcó cuando él quiere, solo con chasquear los dedos. No solo en ‘Sabotaje‘, sino en la serie completa. Incluso, a pesar de que el tratamiento sea diferente, si se trata de Marlene Dietrich.