reseña de la novela El verano sin hombres, de Siri Hustvedt

Reseña de la novela El verano sin hombres, de Siri Hustvedt

Mia Fredricksen es una poeta de 55 años que vive en Nueva York con su marido, el científico Boris Izcovich. Pero un día él decide dejarla y tomarse la Pausa para irse con una joven francesa compañera de trabajo. Esa ruptura provoca que Mia se vuelva loca temporalmente y la internen, pero al poco tiempo, recuperada la cordura, decide viajar a Bonden y pasar allí el verano con su madre Laura y sus amigas los ‘Cisnes’ y dando clases de poesía a unas jóvenes preadolescentes.

El verano sin hombres (Anagrama, 2011), de Siri Hustvedt, es una de las referencias contemporáneas de la literatura feminista y narra cómo Mia intenta superar esta ruptura pasando un verano sin compañía masculina, sino rodeada de ancianas y de niñas a las que intenta inculcar la belleza y el poder de la poesía. A sus 55 años y tras haberse vuelto loca, deberá convivir con su nueva realidad. Y lo hará contándolo en primera persona, apelando directamente a los lectores, dirigiéndose a quien lee el libro, como un ejercicio de uso de la literatura con fines terapéuticos.

Sin embargo, no le resultará fácil, pues con el paso del tiempo Boris Izcovich comenzará a escribirle mensajes de reconciliación, unidos a los que Daisy, la joven hija de los dos, también le manda contándole cómo ve a su padre, lo mal que lo está pasando sin ella. Con todo ello, Mia intentará concentrarse en ella misma mientras conoce a las amigas de su madre (Regina, Peg, Abigail…) y a sus jóvenes alumnas (Ashley, Alice, Jessica, Nikki…).

En este pequeño pueblo, asimismo, su retiro estival le llevará a conocer a Lola, una joven vecina con dos hijos, Flora y Simon, que mantiene con su pareja, Pete, una relación tóxica. Por lo que El verano sin hombres es toda una reflexión de cómo es la mujer en diversas edades y circunstancias vitales: desde una niña imaginativa como Flora hasta una anciana que teje una serie de ‘divertimentos’, imágenes eróticas que no enseña a nadie, una mente libre y sorprendente.

En El verano sin hombres, Siri Hustvedt nos presenta a una mujer que tras perder la cordura, es en realidad a una mujer fuerte, aunque con dudas como cualquier ser humano. Una mujer decidida a vivir como ella quiere, sin tener que dar explicaciones y luchando contra el machismo. Este cariz feminista (para más reseñas de novelas feministas, esta de la novela Papel y tinta, de María Reig) no está únicamente en su relación con Lola y en la sororidad que muestra con ella ante la sospecha de que su marido la maltrata, sino en cómo la poeta relata hasta qué punto la ciencia ha tratado durante tanto tiempo a la mujer con un ser inferior al hombre.

Además del carácter feminista muy poderoso de la novela, también plantea a nivel muy profundo la capacidad del ser humano de hacer daño a sus congéneres. Ya no solo por el daño emocional que le infringe su marido Boris al abandonarla por una mujer más joven y atractiva. Porque una novela feminista como El verano sin hombres no cae en el maniqueísmo y el error de señalar a todos los hombres como malos y a todas las mujeres con buenas y víctimas. Como en otro sentido, al hablar del terrorismo de ETA, lo hizo Fernando Aramburu con su novela Patria, un retrato soberbio del País Vasco desde diferentes puntos de vista.

Al contrario, en el grupo de alumnas del instituto de Bonden vemos todo tipo de relaciones y hasta qué punto los odios llegan a extremos peligrosos. Cuando una persona se siente diferente a los demás y los demás la ven así, es problemático. Y cuando hay episodios como el desconocimiento de qué hacer ante sucesos naturales como la primera regla, las adolescentes, si no tienen apoyo de sus amigas, sino todo lo contrario, el dolor es muy profundo.

Un tema muchas veces tabú el de la regla, como lo sigue siendo para muchos situaciones como ver a una mujer dar de mamar en público, que no es más que una de las acciones más tiernas en la relación de una madre con su bebé. Como también es tabú la locura o las enfermedades mentales, como si quien las sufre fuera culpable, como si dar el pecho en público fuese un delito o una provocación sexual, como si tener la regla fuera algo asqueroso de lo que sentirse avergonzada.

Con lo cual, el planteamiento de El verano sin hombres va mucho más allá de plantear el mundo como o todo blanco o todo negro, la complejidad del libro trasciende a lo maniqueo. La gama de grises y todo tipo de colores intermedios es tan grande como el sufrimiento que podemos llegar a sentir. Como sentir que la muerte está cerca, tal y como les sucede los Cisnes y a Laura, la madre de Mia. Cuando el final se presiente, la vida cobra otro sentido, más certero que cuando se cree que la muerte es algo demasiado lejano como para pensar ella.

Y esas diferencias entre las amistades de las ancianas y las relaciones de amor-odio de las adolescentes, quedan retratadas de manera exquisita por Siri Hustvedt, con la protagonista, Mia, regresando al pasado para hacer balance de su vida, de la vejez y de la infancia, conversando con su hermana Bea y recordando su pasado juntas.

Eso sí, la ausencia de presencia masculina de El Verano sin hombres no es total. Físicamente no están, a excepción de Pete, pero sí se les menciona de forma reiterada. No solo a Boris, también a Harold, el padre ya fallecido de Mia. Y también está la presencia constante de Don Nadie, un misterioso personaje que intercambia mensajes de correo electrónico con Mia y que ella cree que es un compañero del psiquiátrico.

El verano sin hombres es un ejercicio diferente al habitual en el mundo del arte, el cine o la literatura, donde es más fácil ver a más hombres como protagonistas que a mujeres. Ellas son el foco en todo momento en esta novela, que sirve de homenaje a escritoras como Jane Austen, de la que Mia reflexiona de forma constante.

En definitiva, estamos ante una muy buena novela muy fácil de leer, aunque en la traducción haya sido complicado dejar de traducir algunos aspectos que en inglés tienen sentido, pero no en español (al menos la traducción de Seix Barral, esta novela se publicó antes en Anagrama). Y esta es una cuestión que creo que es interesante tratar en la reseña, las traducciones del inglés al español cuando hay localismos o expresiones y formas de hablar.

Me refiero a que en un momento de El verano sin hombres, se traduce un párrafo en el que en el original hay una frase acabada en «with» al decir algo así como «¿Vienes con nosotras?» y la frase original termina en «with», pero sin que tenga sentido decir en español «¿Vienes con?»

No es una queja ni un fallo grave, simplemente una pequeña mención a lo difícil que puede ser traducir e interpretar una novela de un idioma a otro. Aprovechando esta reseña de El verano sin hombres para valorar el trabajo de traductores y traductoras para permitirnos leer obras literarias en español al traducirlas de otros idiomas.

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