Dos agentes de policía, Ruano y Osorio, patrullan las calles de Madrid cuando reciben por radio el aviso de que hay una furgoneta Vito de color blanco en cuyo interior hay secuestrado un compañero. Pero no deben darle caza, solo localizarla. Cuando la ven, Osorio, más veterano que Ruano, se baja del coche y recibe varios disparos que acaban con su vida. La furgoneta se escapa y nadie puede hacer nada impedirlo.
Rey Blanco (Ediciones B, 2020), de Juan Gómez-Jurado, comienza de esta manera como inmediata continuación de Loba Negra y cerrando la pentalogía formada además por El Paciente, Cicatriz y Reina Roja (y si alguien está interesado en leer las reseñas, que lo haga en el mismo orden mejor). Desde este momento, la agente Antonia Scott, una de las reinas rojas de un proyecto policial secreto de varios países de la Unión Europea, se lanza a la persecución de varios fantasmas y al rescate de su compañero y protector (todas las reinas rojas tienen uno asignado), Jon Gutiérrez.
La búsqueda no requiere de mucho tiempo porque pronto, el hombre al que siempre ha perseguido (aunque ni mucho menos ha sido el centro de todas las novelas), el Señor White, un asesino que manipula las mentes de otras personas para cometer crímenes, le pide reunirse con ella. Al hacerlo, por fin ve la cara del responsable de que su marido, Marcos, haya estado en coma. Le entrega al agente Gutiérrez vivo, pero para salvar su vida deberán resolver en pocas horas tres crímenes.
De esta manera, a lo largo de todo este thriller con un ritmo muy frenético habitual en la trilogía protagonizada por Antonia Scott dentro de la pentalogía, Juan Gómez-Jurado quiere llevar al limite a todos los personajes en Rey Blanco. Lo hará con la historia pasada de Sandra Fajardo, uno de los personajes de las otras novelas que vuelven a aparecer, como también Carla Ortiz, la hija del hombre más rico del mundo, un trasunto de Amancio Ortega y ella de Marta Ortega Pérez.
Y también con otros personajes que pasaron de refilón por los dos libros anteriores, como el padre de Antonia, Sir Scott, con quien Gómez-Jurado comete el error en este thriller final de llamarle Embajador de Inglaterra en España, mezclando este cargo con el de Embajador del Reino Unido. Pero quitando este detalle y alguna que otra falta de ortografía o simple errata (como escribir una vez Mwntor en lugar de Mentor al inicio), vamos a analizar cómo transcurre la novela, cómo se cierran algunos flecos sueltos de las novelas anteriores y detallando, sin destripar nada, algunos errores.
Antonia Scott y Jon Gutiérrez, que han alcanzado una relación no amorosa que va más allá de la amistad pese a las dificultades de tratar con ella, sin apenas tocarla físicamente pero sí en su corazón, finalmente, ponen cara al misterioso Señor White y a Sandra Fajardo, una mujer que quiere venganza contra Scott. De tal manera que durante la investigación de los tres crímenes en Rey Blanco, el lector irá atando cabos, pero creo que de manera incompleta, sobre todo lo ocurrido en la pentalogía. Y digo de manera incompleta porque tengo la sensación de que Juan Gómez-Jurado llega del punto A al punto C en varios aspectos de la trama, en varias conexiones entre personajes, pero omite el paso B.
Un paso B necesario en cualquier tipo de thriller para que el lector pueda tener la información necesaria para juzgar la complejidad del argumento. Pero el autor comete este error, enlaza y une a los personajes entre sí dejando pasos intermedios que no se terminan de explicar en aspectos fundamentales y clave. Se intuyen, más o menos, cuáles son las relaciones en algunos casos, pero igual que en Loba Negra la solución de encontrar a la asesina rusa es tremendamente sencilla, en Rey Blanco no terminamos de saber, analizando bien el libro, cómo el Señor White conoce a quien debe conocer para llevar a cabo sus macabros planes.
Además de que tras cinco libros no sabemos para quién trabaja, si es el mismo que descubrimos en La historia secreta del Señor White, esa novela corta que hay que leer con El Paciente. O si es otro. Porque este misterioso criminal parece tener el control sobre todo, pero en los libros no se acaba de explicar a ciencia cierta cómo lo tiene, pero es factible pensar que el motivo es porque alguien le da las herramientas necesarias. ¿Pero quién lo hace, es quien ya sabrá el lector que ha leído La historia secreta del Señor White, sin saber tampoco bien quién es? ¿O él solo es capaz de conocer a Antonia Scott, una agente secreto de un proyecto secreto? Considero que en este sentido, sin decir nada más, no queda claro cómo obtiene toda su información.
Además de que el novelista cae de nuevo en lo que considero un fallo: exagerar en algunos puntos sobre el verdadero poder de la heroína y del villano, que este libro son dos trenes que van a chocar. Es decir, en primer lugar, los supuestos poderes psicológicos del señor White, que es más un criminal que coacciona y amenaza o se aprovecha del deseo de venganza de los demás, que un genio de la psicología (la historia del profesor de la universidad está tan pobremente hecha que no se entiende que sea una prueba del poder de White). Y, en segundo término, que Antonia Scott sea el humano más inteligente del planeta (solo superada, tal vez, por White), con o sin pastillas rojas para tomar, con o sin monos que, según su mente, le advierten de cosas y le recuerdan tanto a su madre fallecida, Paula Garrido.
Otro pecado reiterativo de Gómez-Jurado y que hace que la pentalogía pierda valor es resolver de manera sencilla situaciones de extremo peligro (véase el ejemplo del final del libro y si es creíble que el resultado no sea muy diferente al que es). Este punto ya lo he mencionado en las anteriores reseñas: cuando las leyes de la física no importan tanto, Juan Gómez-Jurado se explaya para dejar bien claro que es meticuloso y que se documenta de manera extraordinaria. Incluso yendo a detalles mínimos, sin importancia alguna, como los kW de potencia de una bombilla. Pero en otros momentos, como por arte de magia, parece que la física desaparece en el momento apropiado.
Todo ello con una trama global de luchas de intereses alrededor del proyecto Reina Roja y de la tecnología Heimdal, capaz de espiar a cualquier persona y de romper todas las barreras informáticas para obtener cualquier tipo de información al momento. Un proyecto que en manos de los «buenos» es una terrible máquina de espionaje y vulneración de derechos fundamentales sin ningún tipo de uso policial legal. Y que en manos de los «malos» es básicamente lo mismo.
En este sentido, cabe destacar la reflexión que deja Rey Blanco el respecto del cómo los Estados, como los propios criminales, se saltan las normas aunque sea con intención de mantener la paz, una reflexión que también deja la novela Tomás Nevinson, de Javier Marías, también analizada aquí. En Loba Negra, Gutiérrez mencionaba que Heimdal era una magia fascista y realmente lo es. Porque nada en este proyecto europeo de unos pocos países es trigo limpio, desde la brutalidad de los entrenamientos a las reinas ni las herramientas que utilizan. Por eso, cuando se juega con fuego y se crean monstruos, los monstruos se revelan contra su creador. Unas veces piden un poco de amor y no estar solos. Otras, la venganza mortal.
Mientras están investigando los crímenes, llevados como marionetas por los derroteros que el señor White quiere, Scott y Gutiérrez permanecen al margen de dos personajes que cobran una especial relevancia en este final: Mentor y la forense Aguado, dos de los miembros del equipo de Reina Roja en España. Cada uno por motivos diferentes, sus intervenciones serán mucho más importantes ahora que en Reina Roja o en Loba Negra. Y es así para cerrar, aunque esta de nuevo no es una novela autoconclusiva, el círculo de la pentalogía.
Cobra especial relevancia también el personaje de Sandra Fajardo y en Rey Blanco conoceremos un poco más de las intenciones del doctor Nuno, ese médico portugués con el que habla Mentor durante los experimentos y proceso de entrenamiento de Antonia Scott. Sí, ese que tiene un pie en la tumba y otro a punto de pisar una piel de plátano, ese párrafo repetido en Reina Roja y en Loba Negra en un flashback que no corresponde exactamente al mismo momento.
Uno de los errores de estos libros, el de la continua repetición de frases, de coletillas, que creo que llegan a resultar un poco pesadas. Como el «no es que esté gordo» del narrador en tantas ocasiones hablando de Gutiérrez, o la piel de plátano o que Nuno sería un Premio Nobel si no fuera por su conducta y métodos de investigación, que también se repite en varios libros igual.
Al margen de estas aliteraciones, que creo más apropiadas del género poético que en novelas (las repeticiones continuas no son tan adecuadas en la prosa como en el verso bien utilizadas), Rey Blanco mantiene la tensión hasta el último momento, con todos sus aciertos y errores. La trama está bien delineada hasta donde Juan Gómez-Jurado ha querido, pero considero que falla, como he mencionado antes, al saltarse pasos que explican todas las conexiones de manera certera.
Si las hay, tiene que ser el lector el que las piense, pero debe ser el escritor quien las ponga encima de la mesa de manera más clara. Esto mismo sucede a veces con la forma que tiene Antonia Scott de llegar a sus conclusiones: el lector o lectora lo desconoce, Jon Gutiérrez lo desconoce, ella no lo cuenta, el autor simplemente hace que ella lo descubra y punto (o que se las pongan en bandeja de plata también). El misterio por lo tanto, llega a algunos detalles que exceden el género policial o thriller, dejando vacíos, lagunas que pueden ser criticables. Dejando a un lado lo extraño de algunos «giros de guion» como la vuelta de personajes como el neurocirujano David Evans (¿es realmente lógica su vuelta?)
Con todo ello, la partida de ajedrez está llegando a su final. Como hablan los personajes en Rey Blanco de Juan Gómez-Jurado, en el ajedrez el rey es la pieza vital, con la que hay que acabar para que finalice el juego. Y aunque es realmente la reina la pieza con más poder, la que puede realizar movimientos en todas las direcciones, sin restricción, detrás de la reina siempre hay una mano que la mueve. Y aquí no se trata de averiguar si el rey rojo de Alicia a través del espejo está durmiendo en el centro del tablero y Alicia es producto de su sueño o viceversa.
Se trata de reconocer que todos guardamos secretos, que nadie puede confiar al cien por cien en otra persona, aunque sea de su propia familia. Y de que todos los Estados u organizaciones supranacionales tienen secretos que esconder y no son del todo respetuosos con los derechos de los ciudadanos, eso no es algo que afecte solo a empresas como veíamos en la novela Cicatriz con Zachary Myers (trasunto de Mark Zuckerberg), dueño de Infinity.
Juan Gómez-Jurado cierra con Rey Blanco un argumento muy logrado en el fondo, los errores y desequilibrios enormes en la narración y en las leyes de la física cuando le conviene no restan el valor que tiene en global. Lo que comienza con El Paciente, sigue en Cicatriz y finalmente con la trilogía de Antonia Scott, es una cadena de nexos entre personajes, en ocasiones cogidos con pinzas.
¿Hay que leer la saga? Por supuesto, no son libros malos, aunque tengan puntos débiles en lo referido a todos los aspectos que he ido mencionando con opiniones sobre Rey Blanco y el resto de novelas. Pero con una visión y lectura crítica que analice de manera más pormenorizada qué es un thriller y cómo el novelista o el director de cine, además de mantener la intriga y hacer que el espectador o lector quiera saber qué va a suceder, le debe explicar qué sucede y cómo, de manera creíble siempre. Y ese punto, Juan Gómez-Jurado no lo hace del todo bien.