reseña del libro Ordesa de Manuel Vilas

Reseña del libro autobiográfico Ordesa, de Manuel Vilas

El dolor no se puede medir, no tiene una medida como la fuerza de un objeto, la velocidad de un coche, el rozamiento del aire o las tablas de multiplicar. Se tiene un poco de dolor, mucho dolor, algo de dolor o demasiado, pero no se puede definir con un número exacto. Pero se queda en la memoria de las personas, como un color amarillo potente o como el intento de recuerdo de dónde tu padre se paró a arreglar el pinchazo de una rueda del coche un verano de hace treinta o cuarenta años atrás..

El libro Ordesa de Manuel Vilas (Alfaguara, 2018), es un relato autobiográfico de ficción (una autobiografía transformada en novela en la que realidad y ficción se mezclan), pero no una autoficción, en la que el escritor nacido en Barbastro (Huesca) en 1962 recuerda toda su vida basándose en un pilar fundamental que recorre toda la obra: el dolor por no tener ya a sus padres, muertos, a los que incineró y ahora teme haberse equivocado porque de esa manera ni siquiera existen como cadáveres en un nicho o una tumba.

El autor recorre en este libro toda su vida, con pasajes de cierto humor negro en ocasiones, pero en todo momento haciendo un retrato de la España de los años ’50 en adelante. Un retrato doloroso en gran parte, esa palabra no dejará de estar en toda la narración, pero a fin de cuentas, basándose en su propia experiencia, retrata a una sociedad española que ha evolucionado como lo ha hecho él mismo.

Con el libro Ordesa de Manuel Vilas el lector se encontrará de lleno con ficción, sí, pero que esconde en realidad. mucha verdad, una verdad hiriente sobre cómo no veremos jamás a nuestros padres una vez que hayan muerto, por millones de años que pasen. No podremos devolverles las llamadas de teléfono que no les cogimos. Ni les podremos decir que por culpa de una de esas llamadas se provocó un divorcio porque se descubre una infelidad.

Y es que, ironías de la vida, Vilas muestra cómo incluso intentando preocuparse y ayudar a alguien, podemos acabar derrotándola o hiriéndola. Al igual que el hielo quema, el amor puede llegar a provocar sufrimientos pero no por celos, sino por pura ingenuidad y casualidades de la vida que parece que trata como títeres a las personas. Pero a pesar de la angustia que se puede llegar a sentir leyendo sus páginas (sobre todo cuando nos golpea diciéndonos que así como hemos tratado a nuestros padres acabarán tratándonos nuestros hijos), es poesía y hermosura.

Las páginas de este libro de ficción autobiográfica rebosan mucha poesía y no solo por los poemas del epílogo, homenaje incluido a las Coplas a la muerte de mi padre de Jorge Manrique. Con Ordesa, Manuel Vilas nos está escribiendo poesía en prosa, un libro de una calidad muy cuidada, muy profundo. Porque solo con poesía pura y belleza que emociona de verdad se puede definir el ánimo del autor de convertir a sus seres queridos en músicos para que haya música en la muerte y en su recuerdo.

Así, los padres de Manuel Vilas se convierten en Wagner (su madre, una mujer que no sabe ni que vive en España ni que existe Francisco Franco) y en Juan Sebastián Bach (su padre, comercial de unos empresarios textiles catalanes). Como Rachmaninov es uno de sus tíos, que solo vestía con los trajes viejos del padre del narrador. O como sus propios hijos, Bra (suponemos que diminutivo de Johannes Brahms) y Valdi (diminutivo de Vivaldi), dos adolescentes a los que ve periódicamente, pero que no le hacen apenas caso.

En esta autobiografía titulada Ordesa, Manuel Vilas narrador del libro tiene una relación extraña con sus padres: no es odio, es un amor profundo, pero con una relación paternofilial que recuerda y mucho a la que en La isla del padre expone Javier Marías, otro libro muy emocionante y hermoso. Y en el aspecto de hacer un recorrido familiar también recuerda a Un mar violeta oscuro de Ayanta Barilli, finalista del Premio Planeta 2018. Y es que, no se sabe si esto es propio de esta España tan cainita o del resto del mundo, parece que no decimos ‘Te quiero’ a nuestros seres queridos hasta que no yacen muertos en una cama y una cuidadora de Europa del Este llora más por su muerte que nosotros mismos.

En el caso de Barilli, su novela de autoficción es un recorrido por las mujeres de su familia, con un abuelo de nombre desconocido pero a quien se refiere como Belcebú. Y en el caso de Ordesa, Manuel Vilas desconoce directamente el nombre del abuelo (realmente, en el árbol genealógico familiar las persona conocemos realmente poco o casi nada de nuestros antepasados). ¿Cómo ponerle música entonces? No le puede llamar Mozart ni Beethoven. No puede ponerle música a la muerte, como sí lo hace con otros miembros de su familia, a los que con más o menos conocimiento, une una cosa: el narrador que narra el libro en primera persona nunca va a sus entierros

El pasado de la narración es hermoso, poético, pero duro a partes iguales. Nos enseña que la clase media-baja no es más que una ensoñación de la realmente clase baja. Nos enseña la ilusión de un padre jugando a las máquinas con su hijo. O como una madre como Wagner introduce entre las mujeres de su pueblo la pasión por tomar el sol. El presente se mueve en las arenas de la incomprensión por parte de sus hijos, en ese gran eterno enfrentamiento entre padres e hijos en el sentido de que cada generación se rebela contra la de sus padres en una u otra manera (el humor y contexto de los Monty Python es un gran ejemplo de ello).

En Ordesa, el poeta Manuel Vilas (finalista con Alegría del Premio Planeta 2019, que ganó Javier Cercas con Terra Alta) es en la narración un exprofesor de literatura en un instituto que llega un día que, cansado, se quiere jubilar. Es un escritor que sabe que no tiene éxito en la vida, como su padre tampoco lo tuvo escribiendo tantas y tantas facturas en su vida (hay muchos paralelismos en el libro entre padres e hijos). Un exalcohólico al que ni siquiera los doctores tratan con respeto porque a pesar de ser una enfermedad, el alcoholismo tiene un aura que rodea a los alcohólicos con la culpa, que otros enfermos no padecen.

En definitiva, Ordesa de Manuel Vilas es un libro autobiográfico con el que el lector llegará reírse en algunos momentos, o al menos a sonreír. Pero con el que seguro que recapacitará y reflexionará, se emocionará y aprenderá que la vida, narrada del final al principio puede llegar a tener un final dulce, romántico, a la luz de las estrellas, con dos jóvenes con toda la vida por delante como protagonistas.

Quizás, ya que no podemos medir el dolor a ciencia cierta, nos quede esto como último remedio: darle la vuelta al orden de la vida para regresar a la noche en que nos engendraron y no pensar en que jamás volveremos a ver a los muertos, aunque la música siempre pueda sonar y la poesía embellecer la vida a su manera. Como dijo el cómico Ignatius en un programa de Ilustres Ignorantes en el que mencionó la película Pequeño gran hombre: lo mejor que podemos hacer en la vida es hacer las cosas al revés.

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