reseña de Un mar violeta oscuro, de Ayanta Barilli

Reseña de Un mar violeta oscuro, de Ayanta Barilli

Cuando su abuela Ángela muere, Ayanta Barilli, de cerca de 50 años, tiene que ir al hospital tras el fallecimiento para hacerse cargo de sus restos mortales. Al dar la información pertinente, le preguntan el nombre de su abuela y de su abuelo. El de ella lo sabe, pero cuando le preguntan el de él, no sabe más que decir que es Belcebú porque toda la vida se ha hablado de su abuelo de esa forma. En este momento, al hacerse cargo de todas sus pertenencias, comienza un viaje en el que la protagonista recorre las vidas del lado femenino de su familia, con todos sus problema más que felicidad.

Un mar violeta oscuro (Finalista del Premio Planeta 2018), de Ayanta Barilli, es una novela del género autoficción en el que la escritora narra todas las peripecias de las mujeres de su familia y el descubrimiento que hace de su propio linaje. Y no es sencillo, porque remontándose a finales del siglo XIX, tendrá dificultades para ir descubriendo qué fue de alguna de ellas. Pero el viaje en el tiempo será muy interesante para conocer a su bisabuela Elvira, a su abuela Ángela y a su madre Caterina, en un recorrido por su árbol genealógico lleno de sufrimientos, desamor y maltrato.

La novela, narrada en primera persona por Ayanta, que dirige un programa de radio sobre sexo, es un juego metaliterario en la que cuenta cómo va escribiendo la obra de forma intercalada incluso con una novela que descubre que escribió su abuela Ángela. Por medio de ella, tras un viaje a Italia en la que le esconden información familiar, Ayanta Barilli conocerá el infierno que sufrió su bisabuela Elvira al lado del demonio, y cómo pasó parte de su vida en el hospital psiquiátrico de Colorno. De esta manera, la narración nos hará ver el maltrato de los pacientes allí ingresados, los experimentos a los que se les sometía.

La casta familiar femenina de los Spagnoli, apellido familiar, es la historia de una maldición que cae sobre las mujeres sin que ellas puedan remediarlo, pero que son mujeres libres o con ansias de libertad. El desamor y locura final de Elvira traerá consigo una infancia de Ángela con sus hermanos y su padre, pero en otra ciudad después de que él repudiara y encerrara a Elvira. En esa casa, la pequeña Ángela sufrirá por ser una extraña, igual que ella hará en el futuro con la hijastra de Caterina y hermanastra de Ayanta.

Una hermanastra que sufrirá la violencia de Pietro (segunda pareja de Caterina), su padrastro, y de la que ella se librará. A veces, el dolor ajeno nos libra del propio y el egoísmo nos lleva a dejar que otros sufran mientras nosotros salimos indemnes. Un mar violeta oscuro es una madeja precisamente de eso, de personas que sufren un dolor tan grande que parece albergar el propio y el ajeno, de manera decidida o por azar o por mala suerte. Como fichas de dominó golpeadas por la desgracia, por la soledad, por el cáncer de mama.

Porque en más de una ocasión, las maldiciones parecen ser autoprofecías cumplidas, en las que la historia se repite una y otra vez. Vivir sin madre puede provocar una sobreprotección cuando se es madre en el futuro, por ejemplo. En Un mar violeta oscuro vemos cómo Ayanta es la única de las mujeres que parece librarse de una vida de dolor, aunque en realidad lo sufrirá al ir descubriendo la vida de sus antepasados. Porque si la felicidad está hecha de pequeños de momentos, es cierto que en el fondo hay felicidad en todas las vidas. El problema de la desdicha es cuando los buenos momentos escasean o son nulos. Las mujeres Spagnoli – Barilli lo saben bien como se narra en esta autoficción.

La protagonista recuperará las vidas de su abuela Ángela y de su bisabuela Elvira por medio de una novela también de autoficción escrita por Ángela, por lo que en la novela finalista del Planeta 2018 (el Premio Planeta 2018 fue para Yo Julia, de Santiago Posteguillo, cuya segunda parte es Y Julia retó a los dioses) son varias novelas en una. Que se entremezclan entre ellas, empujándose la una a la otra como ese mar embravecido en el que los apóstoles navegan y al que los niños no se pueden meter porque pueden no salir vivos del agua.

Un mar violeta oscuro es una novela dura en todos los sentidos. Que trata de mujeres a las que se trata como locas y se las encierra contra su voluntad; de mujeres que sufren cáncer de mama como parte de esa maldición. Que incluye tener a maridos o parejas alejadas del ideal del amor, en las que la mujer es simplemente un objeto para procrear y cuando ya no sirve, se encierra y se olvida. Ayanta, con su pareja Efe, escapa de ese peligro en el que cayeron sus antecesoras, incluida su madre, Caterina, una italiana que conoce al que será su pareja unos años, Fernando (Fernando Sánchez Dragó), con quien primero vive una pasional historia de amor, y luego la frialdad de una relación epistolar.

Salvando a Ayanta (madre de Cate y Mario), las mujeres de su familia han vivido en matrimonios sin amor, o en los que este se ha apagado pronto, dando paso a la violencia directa, al repudio, al olvido o a la lejanía. Maridos o segundas parejas a las que no les importa su dolor y que están lejos de ellas, en todos los sentidos, aun en periodos de enfermedad. Como la que tiene Ayanta, asma, en ataques que incluso ella misma finge cuando su madre Caterina está en peligro por culpa de Pietro. Una madre a la que conocerá de manera diferente cuando descubra las cartas que se enviaba, antes de morir, con Fernando.

La madre idealizada se convierte en una mujer de carne y hueso, real, sin el traje de heroína del que los hijos visten a sus progenitores, como si fueran indestructibles. Y es la idealización de las relaciones amorosas la que tantas veces perjudica a estas relaciones, que pueden llegar a romperse, a la fuerza, cuando lo ideal da paso a lo real. Y en un linaje femenino como este de la novela Un mar violeta oscuro, la realidad es un puñetazo de dolor, un mar bravo en el que no nos podemos bañar porque sufrimos el peligro de salir heridos. Pero un mar en el que vemos la libertad delante de nosotros, escapándose escurridiza entre nuestros dedos, dejando su huella en la arena, escapándose una y otra vez sin que podamos cogerla y hacerla nuestra.

El amor es hermoso, pero cuando se confunde o desaparece, se convierte en una peligrosa fuerza de la naturaleza que se lleva todo por delante. Con un efecto dominó que arrastra o puede arrastrar a generaciones futuras. Un padre maltratador puede dar lugar a que un hijo lo sea en el futuro por haber vivido en este ambiente. Y una niña excluida de una familia que es y no es la suya al mismo tiempo puede castigar de la misma manera a una niña ajena y llegada a la familia por una separación años después cuando pasa de niña a abuela.

Las maldiciones familiares como la que afecta a las mujeres protagonistas de Un mar violeta oscuro son difíciles de romper, todos estamos condenados a repetir errores del pasado, a convertirnos muchas veces, pese a no querer, en lo que evitamos ser. A veces, por no querer ser una cosa, llegamos a ser lo contrario y eso es aún más perjudicial. Hasta que las olas del mar se calman y no hay apóstoles pescando, la literatura sirve como terapia personal, para espantar fantasmas del pasado o conocerlos mejor para combatirlos, y nos damos cuenta de que siempre hay una salida.

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