Un hombre sin rostro le pide a un pintor que le pinte un retrato, pero el artista no sabe cómo hacerlo, nunca ha pintado un retrato de una persona sin cara. El hombre le recuerda que tiene una figurita de un pingüino, de las que se usan para colgar en los teléfonos móviles, y que se la devolvería a cambio del retrato. El pintor intenta hacerlo, pero no lo consigue y el hombre sin rostro abandona el estudio sin lo que ha venido a buscar.
La muerte del comendador (Tusquets Editores, 2018-2019), es una novela del escritor japonés Haruki Murakami dividida en dos libros, motivo por el cual en esta reseña de ofrece una crítica literaria de los dos libros en conjunto, narrados como una continuación. El primero de ellos lleva por subtítulo Una idea hecha realidad; mientras que el segundo se subtitula Metáfora cambiante. Y su traducción es obra de Fernando Cordobés y Yoko Ogihara.
El pintor, anónimo, es un retratista de cierto éxito en Tokio, donde vive con su esposa, Yuzu. Pero ella (por la que el pintor se sintió atraído porque le recordaba a Komi, su hermana pequeña muerta a los 13 años por una enfermedad del corazón), tras seis años casados, le dice que tiene una relación con otro hombre y el protagonista decide deambular durante meses en su coche por la costa de Japón.
Hasta que tras hablar con un amigo, Masahiko Amada, decide irse a vivir a la casa del padre de este, el famoso pintor japonés Tomohiko Amada. La casa, situada en un valle en Odawara, al sur del país, está abandonada porque el hombre, ya mayor, está internado en una residencia de ancianos sin recordar nada de su vida. El pintor, que deja así su trabajo de retratista, se muda a esa vivienda del padre de su amigo y pronto conocerá al hombre que cambiará su vida: Wataru Menshiki.
Menshiki es un hombre que supera los 50 años, que se mantiene en forma, atractivo, de pelo blanco, con mucho estilo para vestir y con varios coches, como un Jaguar plateado con el que irá siempre a casa del pintor. La razón es que paga mucho dinero para que el protagonista, enfadado y contrariado por ser abandonado por su esposa, le pinte un retrato. ¿Por qué lo hace en ese momento y no antes? ¿Por qué está dispuesto a pagar tanto dinero?
El artista, que da clases de pintura para adultos (mantiene un romance con dos de sus alumnas, sobre todo con una de ellas, una mujer casada con la que llegará a un nivel de intimidad, no solo sexual, mucho mayor que el que el lector percibe que llegó a tener con Yuzu) y para niños en un centro de la ciudad, acepta porque le hace falta el dinero.
Y pronto la presencia misteriosa de Menshiki trastocará su vida, inmiscuyéndose de manera irremediable, además, en la vida de una niña llamada Marie Akikawa, alumna de la escuela que vive con su padre y su tía, Shoko Akikawa (hermana del padre) a la que el joven artista (tiene 36 años) deberá pintar un retrato también. En este punto quizás hay que mencionar un aspecto que al lector español le puede resultar extraño: en la traducción (y no hay duda de que refleja de la manera lo más fiel posible el original), el retratista se refiere a las dos como «mujeres atractivas», a pesar de que Marie es apenas una adolescente a la que ni siquiera le ha empezado a crecer el pecho.
Esta mención al atractivo físico de las dos, sobre todo de la niña/adolescente, ¿es habitual o un lugar común en la literatura japonesa? En la actualidad resulta extraño menciones así al físico de niñas o adolescentes, salvo que sea parte de una personalidad perturbada del personaje de ficción que las ve así. ¿Está acaso de algún modo perturbado el retratista sin nombre de La muerte del comendador de Murakami? ¿O es simplemente algo característico de una cultura diferente a la nuestra?
Por azar o no, la presencia del rico Wataru Menshiki, que vive en la casa más lujosa y alta del valle, se mezclará con varios sucesos de misterio interrelacionados entre sí. El pintor encuentra en el desván de la casa un cuadro desconocido de Tomohiko Amada llamado La muerte del comendador, basado en la ópera Don Giovanni de Mozart. Con Menshiki, descubrirá la historia de la vida del viejo Amada y relacionará sus vivencias en la Austria ocupada por los nazis con el significado del cuadro.
Una obra misteriosa que cobrará vida, en un argumento que establece varios paralelismos: uno de ellos nos recuerda a una película de Woody Allen, y, por otro lado, es una novela que entronca o se asemeja al realismo mágico latinoamericano: la línea que separa la realidad de la magia, que establecemos tradicionalmente en el modo de vida occidental, desaparece en el realismo mágico (de uno de sus autores clásicos, Mario Vargas Llosa, es el libro Conversación en La Catedral) y en los dos libros que componen la obra La muerte del comendador de Haruki Murakami.
De esta manera, con una narración en primer persona narrada por el pintor anónimo en primera persona, la realidad y la magia, el mundo físico y el mundo de las ideas y las metáforas que cobran vida, se unirán de manera irremediable. De manera extraña, porque el libro de Murakami, aunque es de lectura ágil y sencilla, transcurre de forma pausada. Y como homenaje no solo al mundo de la pintura, sino también la música clásica y sobre todo a Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll (como han hecho otros autores, como Lorenzo Silva, en novelas como La reina sin espejo).
La muerte del comendador, ambientada en los años previos al terremoto y al tsunami que provocó el desastre nuclear de Fukushima en marzo del 2011), es una muy buena novela divida en estos dos libros. Que lleva a reflexionar sobre cuestiones como las relaciones de pareja, la soledad, la vejez, la muerte, la amistad profunda entre personas, el arte, cómo los cuadros toman vida para quien los ve o la vida y muerte de las ideas. No solo literalmente, sino también como metáfora, que de eso está lleno el mundo misterioso al que viaja el protagonista.
Considero que más allá de la trama de los dos libros, un pensamiento que surge como reflexión en el devenir de los tiempos en la actualidad es la muerte de las metáforas, las ideas y el pensamiento. La capacidad de pensamiento crítico disminuye cada vez más en unos tiempos en los que todo debe ser rápido, urgente, en las que no hay tiempo para pensar en cuestiones importantes. Y en la vida real, la que no está en las páginas de los libros (que sin embargo tienen la capacidad, con autores como Murakami, de enseñarnos mucho sobre la vida), las ideas y las metáforas se quedan solo en el plano abstracto y no nos interpelan directamente.
Las páginas de los dos libros de La muerte del comendador se pueden analizar desde este punto de vista. O no, depende de cómo impacte la obra en cada lector. El retratista anónimo, con sus virtudes y sus defectos, nos cuenta que tal vez todos guardemos nuestros secretos en un desván, un lugar oscuro al que no invitamos a entrar a nadie. También nos cuenta cómo algunas personas tienen sobre nosotros un magnetismo especial, nos atraen y nos llevan por caminos y senderos que nunca caminaríamos por nosotros mismos. Menshiki, un hombre curtido en la vida, pero muy misterioso y extraño, entra en la vida del retratista y le arrastra en sus planes sin remedio.
La novela creo que está narrada de manera magistral, aunque bien es cierto que es difícil de desentrañar y dejar el lector incluso algo indiferente o con preguntas por resolver: ¿por qué ocurre lo que ocurre? ¿Por qué se desencadenan realmente los acontecimientos con la llegada del retratista a la casa de Tomohiko Amada? ¿El viejo pintor pretendía conectar el mundo real con el mundo de las ideas? ¿Vivió él en el pasado lo mismo que el retratista cuando llega a Odawara?
El trasfondo filosófico del libro es muy profundo, hay que hacer como Menshiki para comprenderlo, meterse en las profundidades de los hoyos que encontramos en mitad del bosque para quedarse en silencio y vivir la experiencia. Un poso filosófico que hace que el lector se transporte de lo físico a lo abstracto y de los abstracto otra vez a lo físico. También es cierto que a la fantasía, al surrealismo o a la magia, en muchas ocasiones, no hay que buscarle las vueltas y simplemente disfrutarlas.
En definitiva, La muerte del comendador, novela narrada en primera persona y de fácil lectura, es un rompecabezas extraño pero que se deja leer, que obliga al lector a meterse de lleno en el mundo creado por Haruki Murakami, a dejarse llevar por sus palabras y no llegar tarde, como el conejo blanco, al encuentro con su obra. No es fácil de conseguirlo, eso es cierto, sobre todo en libros en los que las barreras de la realidad desaparecen y se mezclan realidades y mundo distintos.
Hacerlo conlleva el riesgo de dejar al lector ante un libro incompleto si el argumento no se desarrolla de manera correcta, aunque se dejen incógnitas sin resolver, como sucede en los dos libros de La muerte del comendador.