Henry Faber vive en una casa de Londres junto a varios inquilinos más, viviendo en el anonimato, llevando una vida tranquila a ojos de sus compañeros de vivienda y de la casera, la señora Garden, moviéndose en bicicleta. Una noche, la señora Garden, atraída por el físico de Faber, sube a la habitación de su inquilino para seducirle. Pero él, sin inmutarse ni dejarse llevar por los instintos que la dominan a ella, la mata y tiene que huir de la casa.
La isla de las tormentas (DEBOLSILLO, Penguin Ramdom House, 2018) es la primera novela de Ken Follett, del año 1978, un estreno por todo lo alto que llevando la vista atrás es un claro ejemplo de cómo es un comienzo literario de éxito. Con tan solo 27 años, Follett escribió esta novela de espías ambientada en la II Guerra Mundial, con un recorrido de cuatro años, desde 1940 hasta 1944, centrada en Inglaterra y en Alemania y con tres argumentos e historias unidas.
Por un lado, Henry Faber, Die Nadel (La Aguja) un espía alemán y uno de los mejores hombres de la Abwehr, el servicio de inteligencia militar de los nazis. En segundo lugar, la búsqueda policial por parte del equipo liderado por Godliman y Bloggs de un asesino que mata a sus víctimas con un estilete y que es muy escurridizo, casi imposible de detener, pero que puede tener unas consecuencias terribles para el destino de los aliados en la guerra contra el nazismo. Y, en tercer término, pero no menos importante, la vida de Lucy, una joven pelirroja junto a su esposo David y su hijo pequeño, Jo, en la llamada Isla de las tormentas, donde viven con un viejo pastor llamado Tom alejados del mundo después de que él se quedara parapléjico en un accidente de tráfico antes de combatir en la guerra.
Con esta base, la novela de Ken Follett es un tejido perfecto de espionaje y contraespionaje de uno de los momentos de la historia preferidos para el escritor: la II Guerra Mundial, periodo histórico en el que se ambientan otras de sus novelas como Vuelo final, por citar un ejemplo. Aunque no podemos dejar de citar sus obras ambientadas en la Edad Media, es imposible para los amantes de la lectura no haber leído la serie de Los Pilares de la Tierra (aquí he escrito una reseña de Las tinieblas y el alba).
En este caso, la trama principal de la novela La isla de las tormentas es la vida de Faber, un joven espía alemán sin escrúpulos, que no duda en matar a quien sea para escapar y lograr sus objetivos (salvo destruir algo que a sus ojos sea bello), siendo así uno de los agentes preferidos, el que más, por el Führer, Adolf Hitler. Hitler confía en él en un momento crucial de la Historia, en la que los servicios de inteligencia británicos y nazis compiten para ver quién acierta en lo que parece ser el tramo final del conflicto. Y ahí intervendrá de manera proverbial Faber, con el desembarco de Normandía como telón de fondo, las estrategias de ambos bloques de la guerra para hacer un movimiento de ajedrez que suponga el final de la partida (una buena película sobre este punto es Churchill, de 2017, protagonizada por Brian Cox).
En una historia de persecuciones que muchos años después veremos en el cine en películas como Atrápame si puedes, Follett crea una novela histórica casi perfecta, con una trama genial en la que realidad y ficción se entremezclan, aportando todos los ingredientes de un libro fantástico. Una documentación soberbia, una historia atractiva que lleva a leerla con mucho placer, una trama en una época histórica siempre interesante desde el punto de vista literario (más hubiera valido no haber tenido que sufrirla en realidad y ahorrarnos la ficción literaria y artística sobre el nazismo) y unión de personajes históricos reales (Hitler o Winston Churchill entre otros) con ficticios (Godliman, Faber o Lucy), en la que el destino está en manos más de los segundos que de los primeros.
La isla de las tormentas, para ser la primera novela de Ken Follett que realmente tuvo éxito (como él cuenta en el prólogo, no era su primera novela ni obra literaria escrita) no solo es una gran novela por la persecución policial, por la propia trama, por la calidad de su estilo narrativo con narrador en tercera persona, por el contexto histórico… También hay que destacar el papel protagonista de Lucy, una joven esposa atrapada en una isla en la que su marido ha perdido todo el interés por ella. Una mujer con apetito sexual no saciado y que, es cierto que se intuye de manera demasiado clara y premonitoria, cruzará su destino con el del joven y atractivo Henry Faber de manera rocambolesca.
En este lado de la historia es donde quizás veo el lado más obvio o débil de la novela, que no hay que olvidar que tiene a Godliman y a Bloggs (casado con una heroína que dio su vida salvando a los demás durante los ataques nazis del Blitz) persiguiendo al espía del que depende el futuro del mundo con un trabajo de investigación muy «artesanal»: Faber, como hemos dicho, no tiene ningún tipo de escrúpulo, es un asesino frío y en la mayoría de las ocasiones certero, pero que respeta la belleza, para eso no cabe duda de que su encuentro años atrás con Godliman en una catedral es un buen ejemplo de ello.
Sin embargo, el papel de Lucy en la novela como una heroína quizás está un poco cogido con pinzas. Follett, lo que pretendía con esta novela, era destacar el papel de una mujer como heroína de una novela de espías, lo dice en el prólogo, en este tipo de novelas bélicas, de espías, la violencia y el enfrentamiento siempre es entre hombres, y él quería remarcar los cambios sociológicos, el nuevo papel de las mujeres en la vida, a través de la valentía y la libertad que ansía Lucy, pero que no tiene, atrapada y frustrada en un matrimonio infeliz y aislada del mundo.
Y este aislamiento y caída en desgracia de Lucy, una mujer con ganas de vivir pero atrapada en una isla azotada por las tormentas, reprimida, no es un fallo en la novela. El retrato de Lucy es el de muchas mujeres, no cabe duda de ello, ahí no hay ninguna pega: una mujer fuerte de carácter que quiere más que lo que la vida le ofrece, atrapada sin escapatoria y siendo consciente de ello. El lado más «criticable» que veo en La isla de las tormentas es el desenlace del libro, la manera de finalizar con una historia en la que un hombre fuerte, sin piedad, un asesino y un espía nazi, sucumbe de una manera más o menos clásica en una comedia romántica en la que «chico conoce a chica». Es decir: lo menos comprensible no es la fortaleza de Lucy, sino la debilidad de Faber.
Más allá de este punto, en resumen, La isla de las tormentas de Ken Follett es una muy buena novela histórica, sin llegar a la perfección porque eso es prácticamente imposible en un libro. Desde el punto de vista del género, no hay ninguna pega en la trama, en su planteamiento, ejecución y la forma que tiene Follett de unir los destinos de todos sus personajes a nivel «micro» desde el punto de vista humano de los personajes de ficción, hasta el nivel geopolítico que supone el devenir de la Historia cuando estos protagonistas ficticios son los que hacen que los reales incluidos en una novela actúen de la forma en que los acontecimientos de la vida real transcurrieron.
Cuando publiqué mi novela El último nazi irlandés, expliqué en una entrevista a Europa Press que una novela histórica es como una partida de ajedrez en la que las piezas y las reglas del juego son las de verdad (acontecimientos y personajes históricos reales), pero el jugador/escritor introduce piezas nuevas (personajes de ficción) que interactúan con los originales. En su mano como novelista está que las piezas ficticias simplemente interactúen sin modificar las reglas ni movimientos del juego (es decir, que sus acciones no cambien en la novela lo que sucedió en la vida real) o provocar cambios en la ficción con respecto a los acontecimientos que acabaron sucediendo. Es decir, que una pieza nueva, por ejemplo, se coma a la reina y pase a tener sus movimientos, cambiando así las reglas, cambiando así el ajedrez original.
Como conclusión: La isla de las tormentas es un relato brillante a excepción, desde el mero punto de vista personal como crítica literaria, de la parte final del libro, lo que a fin de cuentas no dejar de ser una «casualidad» o forma más o menos forzada de llevar los acontecimientos a donde quiere el escritor. En cada uno está la libertad de escribir como se quiera y los lectores pueden opinar de una manera u otra. Y tomando como base que un lector no debe juzgar un libro indicándole al escritor/a cómo debería haberlo escrito, sino valorando su trabajo y, argumentando, haciendo una crítica positiva o negativa, honesta y sincera. Eso, la honestidad y la sinceridad, nunca debe perderse en la literatura ni en el arte.