Año 997, Combe, al sur de Inglaterra. El joven Edgar vive en su casa con su familia y una madrugada, antes del alba, se despierta temprano para ir a ver a Sungifu (Sunni), una mujer casada que es su amante. Pero antes de llegar a la casa de la mujer, ve que un grupo de naves vikingas se acerca al pueblo. Consigue dar aviso por medio de la campana de la iglesia, pero el pueblo acaba en ruinas por la violencia del ataque, tras el cual, junto a su madre (Mildred) y hermanos (Erman y Eadbald), tienen que irse a vivir y empezar desde cero en Dreng’s Ferry.
Las tinieblas y el alba (Plaza & Janés, 2020), de Ken Follett, es una novela histórica ambientada a finales del siglo X e inicios del siglo XI y es la precuela de su gran éxito, la trilogía de Los pilares de la Tierra. Con una serie de tramas que solo un maestro del suspense y la novela histórica como él puede tejer, la historia nos contará cómo la vida cambia para siempre para Edgar y su familia debido al poder del obispo de Shiring, Wynstan, y a sus hermanos el barón Wigelm y el conde Wilwulf, que en realidad es hermanastro de ambos: solo comparten madre, Gytha.
Porque estos tres hermanos son, junto con el joven constructor de naves Edgar, la normanda y futura esposa de Wilwulf, Ragna (hija del conde Hubert de Cherburgo, en Normandía) y el monje Aldred, los grandes protagonistas de la novela. Una narración muy minuciosa en lo histórico, aunque con licencias literarias reconocidas por el propio Ken Follett al final del libro. Porque como si título, Las tinieblas y el alba, indica, este periodo histórico en el que el Rey de Inglaterra, Etelredo el Malaconsejado, tiene que combatir a los galeses y, con mucho más peligro, a los vikingos, se debate entre las tinieblas de la Edad Oscura y el alba que se comenzará a vivir a partir de la Edad Media.
El joven Edgar y su familia llegan a Dreng’s Ferry y allí malvivirán: él, en la taberna de Dreng, primo del obispo Wynstan; y los demás en unos terrenos difíciles de conseguir buenas siembras. En el pequeño pueblo coincidirán con diversos personajes, como Cwenburg, la hija de Dreng, o Blod, esclava del dueño de la taberna. Muy pronto las complicaciones de la convivencia diaria se convertirá en una verdadera lucha de poder cuando lady Ragna se case con Wilwulf y tenga su parcela de poder, supeditado al del conde al final.
Con Las tinieblas y el alba, Ken Follett nos hace viajar a un periodo oscuro en el que los dueños de esclavas pueden prostituirlas y aunque no pueden matarlas, la pena o castigo por hacerlo es tan pequeña que no les impide hacerlo. En el que en la pobreza surgen las mayores de las codicias, odio y sed de venganza. Y en el que se ve cómo a pesar de ser Rey, en realidad Etelredo no tiene toda la capacidad de decisión, siendo personas como el conde Wilwulf, y sus hermanastros el obispo Wynstan y el barón Wigelm quienes manejan a su gusto la vida de los vecinos de Shiring, Outhenham, Combe o Dreng’s Ferry, que será la futura Kingsbridge.
Esas luchas de poder entre un rey lejano y los poderos de facto en los territorios es muy interesante, produce tiranteces, suspicacias, traiciones y planes para llegar al poder o echar a quien lo detenta. Ken Follett lo domina a la perfección y en Las tinieblas y el alba lo vuelve a demostrar una vez más, con una historia llena de intrigas, de violencia, de sexo, de sueños de construir iglesias en centros del saber con un buen scriptorium llenos de libros en latín y en inglés, de la lucha de la honestidad frente a la maldad de quien es capaz de hacer, literalmente, todo por llegar a la cúpula de la Iglesia en Inglaterra.
Estos tres hermanastros, cada uno a su manera, son el reflejo de la barbarie y el poder casi infinito e invencible de los señores de la época, compinchados, sobre todo los hermanos con su madre Gytha. Porque el conde Wilwulf se dejará convencer sobre todo por la capacidad de negociación y estrategia de lady Ragna, una mujer joven y muy bella, pero muy inteligente. Y por estas mismas razones, gran enemiga de los hermanos Wynston y Wigelm, amén de la progenitora de ambos. Una joven extranjera que no es nada dócil, sino un tipo de mujer poderosa en novelas históricas como es la Reina Ardid en la novela fantástica Olvidado Rey Gudú, de Ana María Matute. Además de que las quejas sobre el mal tiempo de las islas es también tema de discusión en otras como Yo, Julia, de Santiago Posteguillo.
Pero su trabajo le costará vencer a la unión de los poderes eclesiástico (el obispo Wynstan es un hombre soberbio, despiadado y nada seguidor del celibato que se le presupone a un obispo) y político de los hermanos. Como complicada será la vida del joven Edgar, que vivirá varios amores a lo largo de la novela, cada cual más difícil que el anterior. Y es que el amor, junto a la política, el avance histórico y la evolución de pequeños pueblos ingles o el contexto histórico de luchas contra galeses y vikingos, es el gran protagonista de Las tinieblas y el alba. Una narración en la que Ken Follett toca todas las teclas posibles para cautivar al lector desde el primer capítulo hasta el último.
Los lectores de la trilogía de Los pilares de la Tierra quizás crean, como yo, que aunque esta precuela es muy buena, no llega al nivel de las otras, sobre todo de Los pilares de la Tierra, la gran obra icónica del autor nacido en Cardiff (Gales). Y es que es difícil llegar al nivel de esta novela, sucede algo parecido con las secuelas y precuelas de algunas películas: no suelen llegar al nivel de excelencia de las historias original que llegaron antes, pese a que siempre hay excepciones y una novela de 10 siempre será un 10, insuperable para otras que pueden ser de 9.
Porque es innegable que esta novela es muy buena, que tiene una trama principal y una serie casi infinita de tramas secundarias perfectamente entrelazadas. Con algo menos de una decena de personajes principales sobre los que pivotan el resto, al final son muchos los que pasan por las páginas de la historia, con más o menos importancia, siendo una novela coral del estilo harto conocido de Ken Follett.
Las tinieblas y el alba es una suma perfecta de los ingredientes que debe tener una buena novela histórica: documentación de la época en la que se ambienta; mezcla de personajes históricos reales con otros ficticios que acaban teniendo un papel importante en la historia; unas tramas que, como hemos dicho, se van mezclando de manera excelente; un estilo narrativo perfecto; y apelar a sentimientos y pensamientos universales, en dicotomías clásicas como la paz frente a la guerra, el amor frente al odio, la ternura frente a la crueldad, la amistad frente al rencor, la esclavitud frente a la libertad, la pobreza frente a la riqueza…
En resumen, Ken Follett cierra la trilogía de Los pilares de la Tierra con esta gran precuela, Las tinieblas y el alba, con un final que es un inicio de una historia de varios siglos de recorrido que ha enamorado a millones de lectores. Tanto como enamoran Ragna y Edgar, tanto como se odia a Wynston, Wigelm o Dreng. Y es que, una buena historia como esta debe hacer que unos personajes sean desde el inicio queridos por los lectores, y otros odiados. Quizás se pueda pecar de estereotipos en cierta manera, sobre todo si se conocen los métodos de escritura y la necesidad de que, unos para bien y otros para mal, siempre haya una identificación entre el lector y los personajes. Pero lo que funciona, funciona.