Hay poemarios en los que el lector acaba con un gusto dulce como después de haber probado un poco de miel. De otros, con un sabor amargo, pero queriendo repetir. Porque no siempre la poesía es un canto al amor, también duele cuando nos habla del espejo en el que no queremos mirarnos o porque tratamos mal al diferente. Y aunque sea poesía con un sabor agridulce, es buena poesía, como lo es ‘Espacio transitorio‘.
‘Espacio transitorio‘ (Huerga y Fierro, 2018), del poeta José Luis Zerón, es un ejemplo de esto. En sus 33 poemas se desliza algún que otro resquicio de esperanza. Pero la esperanza parte de la tristeza, de pasados de Holocaustos. Si la felicidad es plena, la esperanza no existe. Para que haya paz antes debe haber habido guerra.
Por eso, este poemario transita en la contradicción de la vida humana, en el pesar. ¿Cómo no puede existir pesar en un mundo en el que existe la vergüenza del superviviente, como ocurre en el poema La niña de Srebrenica? «Seguir viviendo es su humilde desafío a la muerte», nos cuenta el poeta (sobre un genocidio en Bosnia no tan lejano como la desmemoria puede hacernos creer). Que también nos narra la historia de un niño guardián de un cementerio. En este poemario, los niños no son niños, son víctimas. Ya no es que la infancia se aleje como en Malandar, es que algunos niños nunca son niños porque les arrebatamos la infancia
Esa es la verdad, simple y directa, dura, sin artificios. Como el verso libre, sin muchos ambages ni cultismos, de ‘Espacio transitorio‘. Un poemario en el que se nos recuerda que donde no hay luz, «al otro lado está la noche / y la agonía de los famélicos en los campos devastados». Para eso está, en parte, la literatura, el arte en cualquiera de sus formas: para recordarnos la oscuridad, no simplemente para deleitarnos y mostrarnos mundos mágicos.
La magia como elemento preciosista no aparece en este libro, que trata de poemas terrenal como los dolores y miedos que todos pasamos. Sobre las soledades que todos padecemos en algún momento de nuestras vidas. «Quisieras oir una voz que te diga ven, acompáñame; / pero ni los vivos ni los muertos te acompañan», avasalla José Luis Zerón. Poeta que nos hace recordar que un día matamos a los mismos dioses que el día anterior inventamos. Como los chulos que asesinan a los dioses en los que ya no pueden creer las prostitutas del extrarradio.
Sin embargo, ‘Espacio transitorio‘ no es todo soledad, oscuridad, pesadumbre, rendición ante lo inevitable ni el recuerdo infame del nazismo. No todo es alejar de nosotros a ‘Los otros’, como sucede en barrios construidos para mantener la pobreza alejada del centro de las ciudades, como Almanjáyar (Granada, Andalucía). En mitad de todo esto hay aún un espacio a la esperanza, la capacidad de amar al mundo aunque sea sórdido, como hace el poeta fuera de la caverna que los hombres y mujeres abandonamos un día, ¿camino del mundo de las ideas, perdidos en el espacio transitorio que existe entre ver las sombras de afuera y la luz, convirtiéndonos en sombra?
«Solo a quien avanza obstinado se le ofrecerán los girasoles»; «llegaremos hasta donde no podamos llegar»; o «vamos, hay que llegar hasta donde nos impidan la entrada», son tres versos que resumen esta idea. ¿Cabe vivir sin esperanza en la Tierra? ¿Podemos vivir sin un apoyo que nos dé la mano para evitar caernos? La respuesta puede estar en la poesía o en la música, en un beso o en un libro. La respuesta es que no podemos. No debemos.
‘Espacio transitorio‘ deja versos para recordar, los aquí señalados son solo unos cuantos. José Luis Zerón muestra lo terrible que tiene el ser humano, pero también lo bello y lo valiente, por doloroso que sea. Es un poeta que nos enseña aunque no quiera enseñarnos, sin adoctrinamientos. José Luis Zerón prácticamente termina este poemario con dos poemas dedicados a la mayor de las esperanzas: los hijos.
A su hija le desea ser feliz porque es lo que merece. Y a su hijo le pide «perdón por someterte a este feroz aprendizaje / de vivir orientado hacia lo imprevisible». Tal vez la esperanza del ser humano está ahí, en dejar un legado personal a nuestros hijos para mantener viva la fe en esta especie que construye muros y comienza guerras para separanos y matarnos a nosotros mismos. Aunque la vida sea tan dura que tengamos que pedir perdón a la persona que traemos al mundo como padres.
A pesar de que el poeta lo afirma, acabo esta reseña con la pregunta: ¿podremos hacer frente a la gélida noche que se avecina?