Con Eduardo Mendicutti

Reseña de la novela ‘Malandar’, de Eduardo Mendicutti

Miguel Durán es un joven andaluz que viaja en tren desde La Algaida hasta Madrid porque quiere estudiar Periodismo. Pero, sobre todo, para comerse en el mundo. En uno de esos trenes que tantas veces jugó a cazar con sus amigos de la infancia Toni y Elena, participa en una orgía con dos legionarios y tres chicas. El tren se detiene y los pasajeros salen a jugar con la nieve. El joven Miguel, como salido de una novela de Gabriel García Márquez, conoció así por primera vez la nieve.

Pero en su cabeza, en su corazón, siempre ha estado, está y estará Malandar, que da título a esta novela de Eduardo Mendicutti, editada y publicada por Tusquets en 2018. ‘Malandar‘ es una novela divertida, malhablada, seria y descacharrante al mismo tiempo, llena de nostalgia y de libertad sexual, de ternura, de abrazos, de caricias, y al mismo tiempo de depravación tratada con el mayor desparpajo y naturalidad posibles.

Miguel Durán sale de La Algaida (provincia de Cádiz, en Andalucía) para comerse el mundo y allí deja a su familia, pero sobre todo a Toni y Elena. Los tres iban a cazar trenes y Toni quería siempre reventarlos como venganza a que su padre se fue en uno de ellos con una mujer. Pero nunca cazaron ninguno. Solo Miguel lo hizo. Solo Miguel cazó un tren y se marchó. De La Algaida. De El Espadero. de Malandar.

En Madrid vivirá con toda la libertad del mundo, en una narración que irá desde la inocencia hasta la madurez plena, en una progresión perfecta que dará lugar a la metáfora que es Malandar. Miguel Durán acabará siendo un periodista con cierta fama, que se codeará con defensores del colectivo LGTBI ya bien entrada la democracia, pero envueltos también en los años ’80, con la política de fondo. Mejor dicho, de primer plano.

Malandar‘ es una novela atrevida, muy atrevida, al igual que buena. De fácil lectura, Mendicutti presenta al lector una obra en la que Malandar, y la que parecía una amistad eterna entre los tres niños, va quedando atrás poco a poco. De la ternura del amor infante, de la amistad que parece irrompible, con Elena siempre en medio (literalmente) de Toni y Miguel, la novela pasa a la vida promiscua de Miguel en Madrid. Una vida, diurna y nocturna, de homosexualidad y bisexualidad. De libertad sexual plena.

A medida que la obra va adquiriendo cada vez más matices críticos con la hipocresía social, más en defensa del colectivo LGTBI, la novela avanza en seriedad y se nota cómo se parte en cierta manera en dos, separando al niño del adulto. Como las amistades en las que los problemas no se hablan, sino que quedan siempre ocultos en el silencio, en las malas miradas, en las preguntas dichas con malos tonos. El niño queda atrás, el adulto avanza. Y esa situación personal se traslada también a la amistad del trío, más si cabe cuando Toni y Elena se casan.

La infancia y la adolescencia son como un castillo de naipes, frágil que acaba por ser derribado por una mano poderosa o por un soplido. Es un castillo, una cabaña o un palacio que tres niños se quieren construir en la playa para vivir allí para siempre. Pero con el paso del tiempo, de forma irremediable, la playa se va alejando metro a metro de las vidas de los niños y niñas que pasan a ser hombres y mujeres.

Los sueños desaparecen y van cayendo por su propio peso, como pasa con los naipes cuando al construir el castillo, se colocan mal y se arrastran uno tras otro hacia la demolición. De esta forma, y de forma magistral, el paso del tiempo en ‘Malandar‘ va pesando sobre los personajes. Porque esta novela es una magnífica metáfora de la vida y de la infancia: la infancia es una playa que se aleja cada vez más a medida que nos hacemos mayores y llega un momento en el que no es visible ni con prismáticos.

El lector, para el autor de esta reseña de ‘Malandar, llegará a esta conclusión mientras no podrá parar de reírse con la narrativa de Mendicutti. El capítulo ‘Toro, torero y viceversa’ es tan formidable como sorprendente, por ejemplo. Pero también vibrará contra las injusticias sociales, con las tramas políticas y laborales en las que se verán envueltos Miguel Durán y su amigo Ernesto Méndez. Esa es la parte más reivindicativa porque se muestra de forma más nítida al lector.

La otra parte, la del amor sea cual sea el sexo de quien ama y es amado, aparece más «normalizado» en las experiencias de infancia y adolescencia de los protagonistas, de Miguel, de Toni y de Elena. Como algo cotidiano, inocente, duro, lleno de abrazos, de caricias, de miradas que dicen más que las palabras, aunque las palabras al final son necesarias porque de la incomunicación surgen los problemas. O tal vez, por estar «normalizado», así, entre comillas, quizás es incluso más reivindicativo que lo claramente político, lo claramente activista. Lo que sí es cierto es que los silencios de esta novela duelen. A los protagonistas y al lector que se mete de lleno en la historia.

Malandar‘ es una obra genial de Mendicutti, que hará reír tanto como podrá dejar un gusto agridulce. Como en la parte en la que el sida se convierte en un símbolo de victoria de la revolución. A veces, en la vida, hay que morir para vencer. En realidad, en la vida siempre hay que morir. Hay que ver morir a nuestros seres queridos, aunque con cuidado nos acerquemos a su pecho para cerciorarnos de que su corazón aún late. Un día, dejará de latir.

Hay que ver morir a nuestros amigos con la mano en alto cantando victoria. También, en otras ocasiones, tendremos que perdernos la muerte de otros por estar lejos de nuestros hogares, representados en una casa o en mil camas diferentes o en una discoteca gay. Pero, sobre todo y a fin de cuentas, hay que intentar aunque sea en vano vencer cada día la batalla a la muerte. Con la misma libertad, con el mismo lenguaje natural y soez y provocador si es necesario, con que lo hace Miguel Durán.

Porque aunque nos hagamos mayores y Malandar se vaya alejando cada año un poco más, hasta casi no poder verse, al final siempre quedará el buen sabor de boca de saber que Malandar estuvo allí. Y que, al menos, aunque los adultos vengan a buscarnos en mitad de la madrugada y nos despierten del sueño, una vez intentamos quedarnos a vivir para siempre en Malandar. Porque quien lo intente, en cierta manera, ya lo habrá conseguido. Habrá conseguido tener siempre Malandar en el corazón.

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