Reseña de la novela 'La catadora', de Rosella Postorino

Reseña de la novela ‘La catadora’, de Rosella Postorino

Krausendorf (la actual Kruszewiec), Polonia, año 1943. Un grupo de mujeres obedece las órdenes de los soldados de la SS. Tienen que comer todos los días los platos que prepara un cocinero llamado Krumel. Deben hacerlo sin rechistar. Tienen una misión importante que cumplir, quieran o no quieran. No son catadoras de un restaurante. Son las catadoras de Hitler. Y entre ellas está Rosa Sauer.

La catadora‘ (Lumen, 2018) es una novela histórica escrita por la italiana Rosella Postorino, ganadora del Premio Campiello 2018 y que narra unas experiencias basadas en la historia real de Margot Wölk, una de las mujeres que día a día arriesgaban su vida por el bien del Führer, por el bien de la Alemania nazi en la que a todo el mundo le gustan los niños.

Rosa Sauer es una joven con tendencias suicidas desde niña, un personaje que muestra desde dentro el lado más oscuro del ser humano y cómo es posible sentir la culpa del superviviente. Una culpa muy bien retratada en las casi 350 páginas de ‘La catadora‘, como en la película ‘La vida secreta de las palabras‘ (2005), dirigida por Isabel Coixet.

Y aunque tal vez Rosella Postorino no conozca la película de Coixet y esta relación con su novela, sí tiene que saber que el lector de ‘La catadora‘ pensará inmediatamente en ‘La lista de Schindler‘ cuando Rosa Sauer mire a través de una ventana de Krausendorf al teniente Albert Ziegler. O en ‘El fotógrafo de Mauthausen‘, dirigida por Mar Targarona, otra película en la que el color que más resalta entre los grises es el rojo.

El rojo de las banderas nazis. El rojo del jersey y del sombrero de una mujer joven, rubia, que camina de espaldas a la cámara, durante la película protagonizada por Mario Casas. El rojo del abrigo que llevaba de niña la actriz Oliwia Dabrowska en ‘La lista de Schindler‘. El rojo de la manzana de la portada de ‘La catadora‘.

Pero en esta novela no se fabrican balas ni se hacen fotografías de cadáveres, sino que se roba leche para niños pequeños o se echan las cartas para adivinar el futuro del Führer, se vive la miseria de que alguien sea capaz de encerrarte y dejarte morir aunque aporrees la puerta pidiendo salir, y al mismo tiempo compartir la frivolidad de la baronesa Maria von Mildernhagen en su castillo. Y aquí un inciso: quien escribe esta reseña de ‘La catadora recomienda leer el ensayo ‘El pecado de los dioses: la alta sociedad y el nazismo‘, al tiempo que se pregunta si Rosella Postorino lo ha leído.

Pero volviendo a la crudeza de esta gran novela: ¿cómo es posible levantarse cada día, después de que te lleven por la fuerza de la casa de tus suegros, Joseph y Herta, con tu marido (llamado Gregor) luchando en la guerra sin saber si va a regresar, y comer obligada todos los días sin saber si dentro de una hora los efectos del veneno con el que alguien quiere asesinar a Hitler te matarán, pero así lo salvarás a él?

La narración de ‘La catadora‘, su estilo, es muy crudo, es muy duro, muy frío. Triste como la atmósfera de Krausendorf, donde las mujeres se dividirán en bloques, en grupos, a la hora de sobrellevar la vida diaria de arriesgar tu vida por Hitler, que vivía a unos 3 kilómetros de distancia, en su Guarida del Lobo situada en Rastenburg.

Pero es muy bueno, muy potente, imaginar a ese grupo de mujeres, algunas pertenecientes a familias que nunca fueron nazis y otras fanáticas y fieles servidoras del nazismo, comer jornada tras jornada, masticar o sorber los purés o los dulces que poco después debía comer Hitler, que como tan bien y de forma tan directa se recoge en esta novela, tenía miedo a que lo envenenaran, pero él mismo se lo estaba haciendo.

Tan bueno y tan potente que el lector no sabrá si culpar a Rosa Sauer (o a Ulla y sus coqueteos) por su comportamiento o si sentir pena por ella. Su marido está lejos, en la guerra, y ella, invitada por la baronesa a su castillo para disfrutar de una fiesta, acude con un bonito vestido. Su marido está lejos, en la guerra, y ella se enamora de Albert Ziegler, un teniente al servicio del Führer y responsable de las instalaciones donde están las catadoras, primero con la posibilidad de volver cada día a sus hogares, después encerradas prácticamente toda la semana.

¿Es posible el amor a 3 kilómetros de La guarida del Lobo? ¿Es amor real o supervivencia egoísta? ¿Cabe la amistad entre las mujeres que cada día pueden morir por Hitler sin querer hacerlo? ¿Se puede ir al cine y disfrutar de una película y del flirteo escondiendo tu condición de catadora? ¿Se puede ser fiel o infiel a un marido que ya no es un marido, sino un nombre, un mero recuerdo?

¿Se puede justificar cualquier acción diciendo que solo fue un sueño? ¿O tenemos que mentirnos y decirnos que solo fue un sueño para poder sobrevivir al horror, a ser un sirviente directo de Hitler? ¿Queda algún resquicio de humanidad en Rosa Sauer tras su paso por Krausendorf?

La catadora‘ es una magnífica novela con la que, durante y después de su lectura, hay que hacerse todas estas preguntas y unas cuantas más. Y llegar a alguna conclusión, como darse cuenta de que Hitler era un hombre que se tiraba pedos y cagaba como cualquier otro, un ser humano, no un extraterrestre venido de otro planeta. Tan real como cualquiera de nosotros. Todo lo contrario, desgraciadamente, a un sueño. Porque el nazismo no fue un mal sueño.

Rosa Sauer no soñaba cuando ingería la comida que después tenía que comer el Führer mientras llevaba al mundo al abismo, salvando su vida casi de forma milagrosa en el verano del 1944, cuando el coronel Claus von Stauffenberg quiso asesinarlo con una bomba dentro de un maletín, pero no lo consiguió. Rosa Sauer no soñaba cuando amaba a un teniente nazi.

Rosa Sauer no soñaba, no, como tampoco lo hacía Margot Wölk. Quizás después del III Reich quienes lo vivieron desde prácticamente sus entrañas perdieron la capacidad de soñar más allá de durmiendo, la capacidad de cantar, la capacidad de ser humanos. Porque el III Reich es quizás el ejemplo más claro de cómo siendo humanos, se pierde por completo la humanidad, asesinada en un tren, en un campo de concentración, en un pequeño agujero cavado en un bosque.

La catadora, en definitiva, es una espléndida novela. Tan real hasta el punto de que da miedo. Pero hay que leerla, tenemos la obligación de hacerlo.

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