Antonio (Toni) es un profesor de filosofía en un instituto de Madrid que está divorciado de su mujer Amalia, con la que tiene un hijo en común llamado Nikita (Nicolás). Convive solo con su perra Pepa y tiene como mejor amigo a Patachula, al que llama así porque perdió un pie en los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, pero su amigo no sabe que recibe ese apelativo. Es agosto de 2018 y Antonio comienza a escribir un diario en el que reflexionará cada día sobre lo que hace, pero ha decidido suicidarse el 31 de julio de 2019, justo un año después.
Los vencejos (Tusquets, 2021) de Fernando Aramburu es una novela narrada en primera persona de manera descarnada y totalmente sincera. Con la sinceridad de un hombre en la cincuentena que tiene una vida insulsa, aunque tampoco es del todo desgraciado como para querer quitarse la vida. No es feliz, pero tampoco está en la ruina: tiene dinero, tiene trabajo, pero quiere que sean los vencejos que ve volar en el cielo los que decidan sobre su futuro.
El profesor cuenta en primera persona las ideas o reflexiones en su último año de vida, que podemos dividir en varios aspectos o entornos: su relación actual con su familia y sus recuerdos de infancia y del pasado con sus padres, su hermano Raúl, su cuñada María Elena y sus sobrinas Cristina y Julia; su vida en pareja con Amalia y la crianza de Nikita, un chico algo asalvajado, sin muchas luces y que acaba teniendo ideas de extrema derecha; su vida en el instituto con el resto de profesores, su mala relación con la directores y su relación apática con los alumnos; y su amistad con Patachula, su único verdadero amigo con el que mantiene una relación de amor-odio.
Fernando Aramburu nos pone en lamente de Toni, protagonista principal de Los vencejos. El profesor de instituto despliega una prosa notable como narrador de la historia, en la que narra su último año de vida. En el que va mostrando un cada vez mayor desapego por su familia, por su amistad, por las clases y por lo material. Siempre impregnado por reflexiones filosóficas, Toni se va desprendiendo poco a poco de toda su biblioteca de libros, dejándolos de manera poética abandonados en lugares públicos de Madrid esperando que alguien los coja. Y hace lo mismo con otras de sus pertenencias.
¿Cómo se quiere quitar la vida? Lo hará ayudado por su amigo Patachula, que trabaja en una inmobiliaria y que sabe que sufre una enfermedad porque le salen unas heridas por el cuerpo, en las que se forman unos agujeros y a las que llaman Noli me tangere. El amigo, preocupado por su salud, decide que él también se suicidará, a pesar de que Toni no cree que realmente vaya a hacerlo. De manera que Patachula y Toni comienzan a tener conversaciones más sobre la muerte que sobre la vida, porque su amigo no para de recopilar información sobre el tema. A ellos se unirá Águeda, una antigua novia de Toni que reaparecerá en su vida con un perro gordo llamado Toni, como él.
Los vencejos de Fernando Aramburu es una gran novela, con reflexiones muy potentes sobre la vida y el suicidio, sobre la filosofía, sobre las relaciones paterno-filiales y el odio intrafamiliar, la violencia de género y los extremos políticos que vivimos en la actualidad, los amores que nos arruinan la vida y las obsesiones por rupturas que no llegamos a superar. Y aunque no es tan buena novela como Patria, que es soberbia, Aramburu sorprende y no deja indiferente con esta.
Su narrativa es brillante y cada capítulo está dividido en el número de días que tiene cada mes del último vida de Toni. El ritmo es ágil y permite su lectura de manera sencilla y planificada, porque cuando se empieza a leer y engancha, no resulta difícil leer un par de capítulos diarios. Hay escritores muy esquemáticos que llegan a planificar el número exacto de páginas que va a tener cada capítulo, y hay lectores que también gustan de gestionar sus lectores: Los vencejos de Fernando Aramburu pone en bandeja de plata colmar las ansias del lector, no niego que esto me ha pasado a mí y como Toni sabe qué día morirá, yo he sabido perfectamente cuántos días iba a tardar en leerlo.
Lo hace tratando de manera muy directa, no solo porque sea en primera persona, una vida llena de odio que reconcome o que directamente se expresa a la cara. Relaciones familiares complicadas con un padre de la vieja escuela que cría a sus hijos en la violencia para evitar que sean débiles; con una madre que intenta rehacer su vida tras quedarse viuda pero con un hijo que no lo acepta y que la quiere solo para ella incluso después de muerta. Los vencejos vuelan por el cielo de Madrid sin saber la cantidad de odio y de violencia que hay en la tierra bajo ellos: dolor, depresiones, terrorismo, profesores apáticos que se inventan a filósofos y pensadores engañando a los alumnos (magistral y divertido ese pasaje en el que habla del ciclista Marco Pantani como si fuera un intelectual).
Porque esta es una novela dura, sí, por la temática que trata y por los recuerdos e ideas que plasma Toni en su casa todas las noches. Es autodestructiva y cáustica. Pero también tiene nostalgia, tiene un toque de liberación personal, de exorcismo de los propios miedos y odios, de quedar en paz consigo mismo… Porque cuando sabes qué día vas a morir, tu vida cambia por completo y tienes dos salidas: o volverte loco yendo un paso más allá en el conocimiento de la propia mortalidad; o relajarte y dejarte llevar cerrando, uno a uno, todos los cajones de tu vida, pagando todas las cuentas pendientes.
Toni no es un hombre que viva en la pobreza y cuya vida no tiene salida y ni siquiera busca un argumento sólido a su decisión: parafraseando a Bob Dylan, la respuesta está en el vuelo de los vencejos en el aire. Fernando Aramburu en Los vencejos nos presenta a pecho descubierto a Toni, un hombre que no tiene pelos en la lengua ni para criticar a Águeda, una mujer a la que realmente no soporte: ni cómo viste, ni cómo huele, ni cómo se comporta.
¿Será ella la que le deja unas notas anónimas en su buzón? Porque desde un tiempo antes de su decisión, a Toni le dejan unas notas amenazantes y criticando su estilo de vida. ¿O lo hará Amalia, una mujer que dirige un programa de radio y que lo deja por Margarita porque descubre que es lesbiana? Sea quien sea, ni siquiera esas notas provocan en el protagonismo una gran preocupación. La vida, a veces, simplemente deja de tener sentido y no merece la pena ni investigar nimiedades así cuando está en juego algo más importante.
Los vencejos de Fernando Aramburu es una reflexión muy fuerte sobre la libertad de elegir cuándo morir para acabar con una vida que no hemos pedido: nos traen al mundo sin permiso y no hay leyes, en el contexto de la novela, que permitan una muerte digna, más que sufrimiento y, como mucho, cuidados paliativos. La libertad del ser humano se pone por delante de los sentimientos de los seres queridos, del qué dirán, del poder de los demás en nuestras vidas. Y Antonio no recula a pesar de sus remordimientos por tener que elegir bien con quién se queda su perra Pepa: tal vez, el único ser vivo a quien ha querido y amado de verdad. Y los que tengan la piel muy fina a saber qué pensarán cuando lean la novela y sepan qué estuvo a punto de hacerle.
Porque Aramburu hace como Cristina Campos en Historias de mujeres casadas, novela finalista del Premio Planeta 2022: escribe una novela con muchos tabúes que poca gente se atreve a romper. Como que un hombre como Toni prefiera el sexo con una muñeca sexual llamada Tina y que le presta Patachula antes que con mujeres. Y cuando hay temas polémicos y descarnados en una novela, se corre el riesgo de encontrarse con lectores que no sepan diferenciar al autor del narrador, la ideología de los escritores de la de los protagonistas de sus novelas. Ese eterno debate entre leer un libro diferenciando la ficción de la realidad o no leer a autor o autora en concreto porque no tragamos ideológicamente con él.
Con todos estos mimbres, Los vencejos de Fernando Aramburu es una gran novela que mueve al pensamiento crítico, a recapacitar sobre cómo las relaciones familiares, de pareja y las amistades se disuelven en el odio, se enfrían y por muchas razones, nos clavan témpanos en la piel. Pero es que las buenas novelas no pasan desapercibidas y si no nos tocan la fibra a los lectores, en algún sentido, fracasan. Aramburu no fracasa de ninguna manera y más de uno, tras leer su libro, seguramente mirará al cielo en busca de vencejos y sonreirá.