Cuando comenzó a estudiar en la Universidad de Tokio y su grupo de amigos de toda la vida en Nagoya decidió dejar de hablar con él, el joven Tsukuru Tazaki estuvo durante meses deseando morirse, acabar con su vida de manera natural porque nada tenía sentido para él. Su vida cambió en el instante en el que se sintió solo, lejos de casa y desterrado por sus amigos Akamatsu y Oumi (los chicos) y Shirane y Kurono (ellas), se da cuenta de que siempre fue diferente ellos: sus amistades tenían color, sus apellidos eran nombres de color, y él, no.
Los años de peregrinación del chico sin color (Tusquets, 2013) es una novela de Haruki Murakami llena de tristeza y soledad. La que siente Tsukuru Tazaki cuando Aka, Ao, Eri y Kuro, sin darle más explicaciones, le dicen que dejan de mantener una amistad con él y que él mismo debe saber por qué. Pasan los años, más de quince, y cuando Tsukuru comienza una relación con Sara Kimoto, una experta en viajes que tiene dos años más que él, le dice que su corazón tiene un problema por resolver y que para hacerlo, debe hablar con sus amigos y descubrir por qué hicieron aquello. Como si tuviera que desprenderse de una carga para que pese menos que una pluma y no sufrir la muerte eterna.
A partir de aquí, el protagonista (en este caso, todos los protagonistas tienen nombre, al contrario de lo que ocurren en otras muchas obras de Murakami, como en los relatos del libro El elefante desaparece o con el protagonista de La muerte del comendador) recordará su adolescencia con este grupo de amigos irrompible, porque llegaron al acuerdo de no salir ni tener relaciones de pareja entre ellos. Pero todo en la vida, como la corteza de los árboles, se resquebraja en un momento dado y la pérdida de sus amigos supuso para él una profunda depresión. Tanto que podemos sentirla al leerla por la magistral narrativa y estilo literario de Murakami, sobrecoge y entristece leer las páginas de esta novela.
Él (Tsukuru) quiso salir de Nagoya, una ciudad en la que sus amigos se quedaron, porque quería vivir más allá de esas fronteras. En Tokio, conocerá a diversas personas pero no tendrá ninguna relación de amistad tan profunda. Lo más cercano para Tsukuru será su amistad con Haida, estudiante de la misma universidad y amante de la natación, como él, quien le cuenta una extraña historia que supuestamente le sucedió a su padre, quien en su juventud conoció a un hombre que había elegido morir y que sólo podía evitar la muerte si otra persona decidía morirse en su lugar. Esa historia no desaparecerá de la mente de Tazaki, como un sueño extraño homoerótico con su compañero de piso, una sombra en las tinieblas de la noche (en una escena muy parecida a una de los relatos de El elefante desaparece).
De esta manera, Los años de peregrinación del chico sin color de Haruki Murakami es un viaje hacia la exploración de los sentimientos de soledad más profundos de un hombre como Tazaki, como son solitarios la mayoría o todos los personajes de sus libros. Más cuenta uno se da cuenta de que los demás tienen un brillo propio, tienen color y personalidad, pero él mismo piensa que carece de ello. Años después, empujado por Sara Kimoto, volverá a ver, uno a uno, a todos sus amigos. Y así acabará descubriendo la verdad en Nagoya y también en Finlandia (en la ciudad de Hämeeelinna), donde se fue a vivir Shirane (Eri).
Como es habitual en las novelas de Murakami, en esta mezcla lo cotidiano (como las grandes cantidades de alcohol, como cerveza y whisky, que beben algunos de sus personajes), con lo mágico. Los lectores de Murakami descubrirán las conexiones de este libro con los ya mencionados, pero también con otros relacionados con la lluvia y el sexo, como sucede en la genial 1Q84, en la que en el cielo tiene un papel fundamental, mientras que en este el protagonista es el mar que parece que se trata al náufrago abandonado a la deriva.
Y otras aún más sutiles más o menos, como las conexiones entre los personajes y las obras musicales (la Sinfonietta de Janacek en 1Q84 y las suites Los años de peregrinación compuestas por Franz Lisz), como también ese momento extraño en el que a Tsukuru Tazaki le parece escuchar un riachuelo debajo de Tokio y que creo que conecta con El fin del mundo y un despiadado País de las maravillas, también con una crítica en mi web. Aunque más allá de las conexiones en el universo literario de Haruki Murakami, en esta novela Los años de peregrinación del chico sin color, el escritor japonés aborda de manera mucho más profunda la soledad que golpea el corazón humano cuando sufrimos el más profundo, inexplicables y horrible abandono de quienes más queremos.
La relación de Tsukuru (su nombre alude a la creación o la construcción, que le conecta de manera completa con su personalidad como constructor de estaciones, pero sin color ninguno, como un nombre mecánico y falto de creatividad) con Sara Kimoto en Los años de peregrinación del chico sin color será el ancla que el hombre tendrá con la vida en todos sus sentidos, enamorándose poco a poco más de ella, pero con las dudas que tiene porque se cree vacío, sin personalidad. Y todo ello narrado en tercera persona, en capítulos que intercalan el presente con el pasado, con un estilo muy cuidado, con el resultado de ser una novela muy atractiva, muy buena, pero también muy triste y penosa por la terrible vida y vacío existencial que siente Tsukuru Tazaki.
El personaje tiene una psicología compleja, que refleja la miseria, la soledad, el hasta cierto punto alcoholismo habitual en otros personajes masculinos de los libros de Murakami, un especialista en mezcla cotidianidad y realismo mágico, pero también en ser un sorprendente creador de personajes solitarios. Inmersos, como de manera magistral recapacita la narración en tercera persona, en un Japón en el que hay estaciones de tren por las que pasan hasta tres millones de personas al día, como . Pero son seres que sólo miran al suelo para evitar tropezarse o perder un zapato: solitarios en medio de una marea inacabable de personas.
En este punto, Los años de peregrinación del chico sin color de Haruki Murakami conecta directamente con su obra Underground, en la que narra el ataque con gas sarín que sufrió el Metro de Tokio en el mes de marzo 1995. Como también alude a las revueltas universitarias japonesas en 1960, el llamado 68 japonés, unos acontecimientos que también menciona el escritor japonés en otras de sus obras y hay conexiones o simplemente referencias a la música clásica, a la música moderna y al jazz, aficiones personales de Murakami y de sus personajes.
Son, de manera continua, muchas alusiones y conexiones, directas o indirectas, las que hay unidas por un hilo en todos los libros que he leído hasta ahora (como me aventuro a pensar que ocurre, aunque me puedo equivocar, con el carnero del hotel Delfín de la novela Baila, baila, baila, que he leído, con La caza del carnero salvaje, que tengo pendiente).
Tsukuro Tazaki es un observador más de esas estaciones de Japón, protagonista de otras novelas como Tokio: Estación de Ueno, de Yü Miri, de la que también he escrito una reseña. Un hombre en la treintena que protagoniza Los años de peregrinación del chico sin color: la personificación y la encarnación de soledad obligada y, después, autoinflgida, de un hombre dedicado al trabajo, muy cartesiano, sin sueños que cumplir, sin esperanzas y con un vacío tan profundo en mitad de su pecho que es imposible que su corazón pese más que una pluma o que una hoja de abedul mecida suavemente por el viento. Que el lector que acabe con esta novela entre manos la disfrute y que lea la obra completa de Murakami para ver todas las conexiones que hay en libros de este maestro de la literatura del siglo XX y XXI.