Su casa era una selva, toda llena de plantas en un edificio de aspecto futurista. Contemplada desde arriba, desde las escaleras, es un abismo frondoso. A la pequeña Claudia, una niña de unos diez años de edad, le gusta caminar descalza y que las plantas le acaricien la piel. Aunque pueda parecer una niña más, hija de un matrimonio en apariencia como cualquier otro en Cali en la década de 1980 (su padre, huérfano de madre, es más de veinte años mayor que su esposa), en realidad no lo es tanto.
Los abismos, de Pilar Quintana, es la novela ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2021 y en ella conocemos la historia de la pequeña Claudia, una niña que por circunstancias de la vida se nos presenta con una madurez forzada. Su padre tiene sonrisa de huérfano y es el propietario de un supermercado, mientras que su madre vive todo el día en casa dedicada a las labores del hogar, cuidando las plantas y leyendo revistas como Hola o Cosmopolitan.
La escritora colombiana Pilar Quintana hace que la narradora en primera persona sea la propia Claudia, cuya madre, Claudia también, la llama a menudo tocaya y le cuenta macabras historias de mujeres famosas que aparecen muertas y que son noticia en esas revistas. Conversaciones muy alejadas de lo que suele ser común entre madre e hija, ya que la progenitora le cuenta los detalles de las muertes de actrices y cantantes. Una mujer veinteañera, que tiene una visión de la vida muy diferente a la de su marido, ya que mientras que ella se sume en el cotilleo y en la vagancia, él está dedicado al trabajo prácticamente todos los días del año, y con el que choca mucho generacionalmente hablando.
Pilar Quintana presenta en Los abismos una serie de relaciones tóxicas, como las podríamos denominar actualmente. Empezando por el hecho de que su abuelo paterno abandonó a su padre y a su hermana, la tía Amelia. O por la historia del padre de Claudia, el abuelo de la niña, un hombre grande y peludo que quería negarle a su hija la opción de estudiar Derecho en la universidad. Pero esos no son los abismos más duros de la novela, que sin embargo están por todas partes, en las muertes que se relatan la obra.
Claudia, una niña pequeña, conocerá también en primera persona el abismo del amor-odio con su madre, a la que le llega a preguntar si ha sido un error tener una hija como ella, igual que su abuela decía que criar una hija sí lo había sido. Porque la madre de la niña se sume en periodos de depresión en los que no sale de la cama y solo bebe whisky a cualquier hora del día, en Cali o en una casa que les dejan para pasar una temporada y donde desapareció hacía años Rebeca O’Brien. Rebeca es una de esas mujeres atrapadas por los abismos que dan título al libro.
Esta novela Los abismos de Pilar Quintana es una historia donde la muerte, el alcohol, los silencios mortales, en la que la naturaleza tiene un papel importante. Las plantas son símbolo de vida, pero también de muerte, como la pequeña Claudia es una niña pero al mismo tiempo tiene reflexiones de adulta, de niña a la que se le ha robado la infancia. ¿Quién se imagina a un padre preguntándole a su hija pequeña si se quiere morir? ¿O a una madre diciéndole a su hija que hay personas que se cansan de vivir y quieren escapar suicidándose?
Y si la naturaleza forma parte de la novela con su lado hermoso y macabro al mismo tiempo, qué decir de la propia ciudad de Cali, hundida y seguramente por eso tan influyente en el ánimo de los protagonistas y personajes. Es como si la ubicación de la ciudad provocara un embrujo en el alma de sus ciudadanos, penetrando en sus miradas como el calor y la humedad lo hacen en la piel de los caleños. Un calor tan sensual y provocador, como aplastante. Los abismos de Pilar Quintana lo refleja muy bien, la convivencia de los humanos con el entorno natural, mostrando la naturaleza más exuberante y al mismo tiempo oscura y triste.
Porque la pequeña Claudia, que tiene una relación mucho más cariñosa con su tía Amelia que con su madre, vive entre los precipicios de los adultos. Todos tenemos un abismo y un vacío existencial en nuestro interior, y cuando se suman varios en una misma familia, como en esta hermosa y dura novela, pero bien merecedora de este galardón (otro Premio Alfaguara de Novela es Una novela criminal), quien está en medio sufre como si estuviera en mitad de un huracán. Lo que es inquietante al ver cómo una niña tiene en ocasiones que cumplir el papel de adulta o, sin llegar a ese punto pero igualmente terrible, es una niña que no recibe muestras de cariño de parte de sus padres.
El tono de Los abismos de Pilar Quintana es así, es un libro triste sin apenas momentos de entretenimiento, de diversión, ya que incluso cuando los niños juegan, lo hacen en mitad de un funeral (que por muy irlandés que sea, no suelen ser circunstancias para estar alegres). La lectura es fácil, el ritmo es bueno e invita a leerlo sin ningún problema. Y volviendo a lo macabro de la naturaleza, muestra ese extraño influjo de lo natural, cómo a algunas personas les atrae el riesgo, el morbo de lo mortal, los cotilleos sobre cualquier persona, no solo famosas.
Hay una extraña atracción fatal con la muerte en muchas personas que tienden a la autodestrucción que va más allá de lo que en libros como Cien años de soledad se retrata de forma brutal: la estrecha relación con la muerte en un realismo mágico en el que lo que a los europeos nos asombra, a los sudamericanos les resulta la cotidianidad, el día a día sin más. Por eso es tan placentero adentrarse en las novelas de autores de Sudamérica, que nos abren universos nuevos, estilos narrativos lejanos para quien solo lee traducciones de libros anglosajones o solo libros de su propio país.
Con todo esto, Los abismos de Pilar Quintana es una novela muy recomendable para penetrar en lo que esconden las selvas de los hogares ajenos, donde ese poder de atracción de un precipicio al que cae accidentalmente o no una inocente muñeca, es el que muestra el camino a la perdición de una infancia. La pequeña Claudia no es que vive al borde del abismo, tal vez es la víctima de los abismos que la rodean. Pero en mitad de un abismo siempre hay atisbo de esperanza, para que el viento sople y llene de vida lo que parece estar adueñado de espíritus dedicados solo al trabajo o a la nada.