Nueve relatos. Nueve historias cortas. Nueve puñetazos que hieren, pero que aclaran la vista y la conciencia. Nueve disparos directos al corazón y al cerebro. Decenas de personajes furiosos, violentos, humanos, corteses, que odian y son odiados por sus ideas, por un gesto, por hablar de una manera o de la contraria. Que se redimen en el último momento o eso parece. Que salvan la vida al enemigo cuando la muerte les cae de un muro a pocos pasos de sus pies. Todo ello en un país roto por la mitad, desangrándose poco a poco, mancillando la hierba, el asfalto y las flores con la violencia cainita, con la muerte.
‘A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España‘ (Espasa Relecturas, 2001), es, como se avisa en la nota introductora, un libro formado por nueve novelas cortas que no son fruto de la imaginación de su autor, Manuel Chaves Nogales, sino que «cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho rigurosamente verídico». Y ahí radica lo escalofriante del libro, la veracidad y la verosimilitud de estas historias de odio entre compatriotas, hasta las últimas consecuencias.
En la guerra todo vale, en la guerra no hay amigos, y si los hay, en el bando contrario, hay que darles las gracias aunque no puedan hacer nada por evitar un fusilamiento, uno de tantos, en los dos lados de la guerra. Aunque a veces se puede arriesgar el propio pellejo por salvar a un viejo amigo de la infancia y la juventud. Porque en una guerra como la Civil Española (1936-1939) lo que hubo, en resumen, es lo que titula esta obra magnífica: sangre, fuego, héroes, bestias y mártires. Todo unido en un cóctel sanguinolento y narrado con una exactitud y una perfección en este libro, que sobrecoge.
La prosa de Chaves Nogales en ‘A sangre y fuego‘ no tiene ni un pero, de la primera a la última palabra de este conjunto de relatos o novelas cortas, la definición puede variar a gusto del lector, ofrece un reflejo tremendo de la guerra, de las miserias de los combatientes, de la desigualdad entre el bando defensor de la legalidad de la República, formado en gran parte por iletrados de las armas, frente a la capacidad armamentística los militares sublevados.
Pero si bien en la guerra hubo dos bandos definidos, no se puede decir ninguna de estas dos cosas, fielmente descritas por Chaves Nogales: la primera es que hubiese unidad en los dos bandos o que estuviesen formados por dos masas homogéneas, sin fisuras, sin cobardes que huían cuando veían al enemigo aproximarse contra ellos, intentando salvar la vida; la segunda, que uno de los dos bandos fuese el bueno (el bando republicano) y el otro, el malo (el bando nacional), así, sin más, como si la vileza y los crímenes en pro de una idea fuesen reprochables, pero motivo de gloria en pro de otra. Manteniendo claro quién es el bando sublevado y cuál el defensor de la legitimidad democrática, claro.
Pero en una guerra como la narrada por este autor en estas nueve historias, publicadas al inicio del conflicto bélico, en 1937, no se puede caer en el fácil maniqueísmo de buenos y malos, de vencedores y vencidos, de héroes y traidores, de santos y tiranos, de manera impepinable. Nada de eso, las historias recogidas en esta impresionante obra muestran lo que en realidad es una guerra: muerte y destrucción, y odio, ya sea al contrario o incluso a los que piensan diferente en el que se supone que es tu bando, y crímenes, asesinatos innecesarios llevados por el odio más acérrimo, sin justificación bélica alguna. Y de eso hubo en los dos lados.
Porque por mucha ideología que haya en una guerra como esta, si el ogro Bigornia, personaje mítico de este libro, se enfurece por la cobardía de los milicianos que huyen dejándole solo frente al enemigo, y hay que pegarles, se les pega. Porque por mucho fascismo que haya enfrente, la división entre socialistas, comunistas y anarquistas era irreparable y habría grietas demasiado profundas, hasta el punto de que si con tal de matar a un compañero de fábrica hay que perder a un posible soldado más, se le mata.
En esta obra de Chaves Nogales no faltan los finales directos, si bien no demasiado sorprendentes para el lector, que esperará muerte y la encontrará. Que esperará traiciones, y las encontrará. Que encontrará una Humanidad que se muere lentamente, y al final del libro se preguntará si esa Humanidad pudo existir en los corazones de los milicianos, de los comités revolucionarios, de la Quinta Columna.
Que encontrará incluso a aviadores ingleses que frecuentan locales de variedades y que no saben muy bien para qué bando luchan ni qué es lo quiere dicho bando (en una situación que se vuelve incluso cómica de lo absurda que es), a diferencia de lo que saben los agentes dobles y las mujeres que fingen en pro de su causa.
Decía Adorno que «escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». Escribir poesía después de la Guerra Civil Española también lo es, ciertamente. De hecho, lo es después de cualquier guerra, que por definición es fratricida. Lo es cuando una mujer es la única superviviente en un pueblo. Lo es cuando la piel de un hombre se queda pegada a un volante quemada en un incendio. Lo es cuando se dan vivas a la muerte. Lo es cuando hay que ir matando a quienes emiten señales al bando enemigo, yendo de puesto en puesto ajusticiando a otro ser humano.
‘A sangre y fuego‘ es un libro que no puede dejar indiferente a nadie. Es un libro que todos deberían leer, a cualquier edad, sea cual sea su ideología. Porque es un libro majestuoso, porque es un libro perfecto, con una narración limpia, con un estilo genial que muestra a cara de perro la realidad de una guerra como la acontecida en España en la década de 1930, como experimento de la lucha mundial que empezaría nada más terminada la contienda española.
Porque en ambos bandos hubo víctimas inocentes, porque los paseos se hacían a las dos orillas, porque frente a las tapias no había solo armas grises y víctimas rojas, también al revés. Porque hasta en el supuesto bando de los buenos había hijos que decían que si sus padres merecían morir, no harían nada por evitarlo. Y no hay palabras que valgan en el último momento en que un padre y un hijo, enfrentados por sus ideas, se miran callados mientras fuman un cigarrillo. Una escena desgarradora, silenciosa, como una losa fría y pesada que el autor de este libro le echa al lector, quien no se la puede quitar de encima.
Este es un libro, además, de situaciones que podrían parecer heroicas si no fuera porque este supuesto heroísmo de ambos bandos tenía como objetivo la destrucción total del otro, en una lucha sin cuartel en la que la consigna era la de no dejar prisioneros. Y en este sentido Chaves Nogales incluye personajes que incluso intentan salvar a prisioneros del lado contrario, como el episodio del falangista Luis Rosales, poeta, que intentó salvar a García Lorca.
Pero difícilmente los personajes protagonistas de ‘A sangre y fuego‘ pueden salvarse de la muerte. Difícilmente puede hacerlo España, aún dividida como lo estaba en los años ’30. En definitiva, es difícil encontrar una narrativa, una prosa, un estilo, una conciencia como las de Manuel Chaves Nogales, y un libro sobrecogedor como este.