El joven Melquíades es obligado a salir de su pueblo sin haber cumplido los 20 años porque le toca en un sorteo ser parte de los soldados que, al no poder pagar para evitarlo, debe ir a luchar a la llamada Guerra de Marruecos, una tarea en la que el Gobierno de España y el Ejército aseguran que van a civilizar al pueblo de Marruecos. Su familia se apena, su madre se desespera y Melquíades abandona su pueblo extremeño para viajar a Madrid, de ahí a Málaga y finalmente en barco a Melilla.
‘Voces de silencio‘ (Playa de Ákaba, 2017), que comienza de esta manera, es una novela histórica escrita por Juan Soria Palacios y que narra de forma soberbia, pulcra, la historia de la España pobre y cómo la Historia, con mayúsculas, parece que aplasta a un hombre que solo desea ser feliz, estar con su familia. Y, porque la vida es así, con Sara, su amor, una joven chica melillense a la que conoce y de la que se enamora perdidamente nada más verla.
Esta es una novela en la que además de mezclar la Historia con la narrativa propiamente dicha, se muestra la verdadera naturaleza del ser humano: de lo mejor, del sacrificio personal y la amistad y el amor más puros, hasta lo peor: las mentiras de la guerra, las desgracias, muertes y odios de los conflictos, el aplastamiento del individuo en pro de la nación y el Estado. El sujeto que pierde todo su valor y muere bajo el fuego enemigo como una pieza de una baraja de naipes, sustituible por otra.
El joven Melquíades es uno más de esos soldados que se ven obligados a lucha por una causa que no es la suya, pero que se convierte en una etapa obligatoria de sus vidas: y ahí radica una de las crueldades de la guerra, tantas veces tratada en la literatura o en la música (como en la canción ‘Fortunate son’ de la Credence Clearwater Revival): que son siempre los hijos de los pobres los que pierden la vida mientras los hijos de los ricos quedan exentos de ir al campo de batalla gracias a pagar una suma de dinero.
La guerra es cruel, es el fracaso de la Humanidad, como se dice en más de una ocasión por boca de los protagonistas de ‘Voces de silencio‘: el hombre matando al hombre por un pedazo de tierra, por venganza, por el agua, por las riquezas naturales, por un destino no escrito en ninguna parte. La guerra genera odio hasta en los más pacíficos, y acaba por cubrir el corazón de una coraza de indiferencia y egoísmo después de que, más mal que bien, cicatricen las heridas.
Melquíades, con el paso de los años, después de todo el sufrimiento que tuvo que pasar en Marruecos como una víctima más del Desastre de Annual (el autor muestra de forma quirúrgica las diferencias entre los mandos militares y los soldados rasos a la hora de ver cómo transcurre una guerra), tendrá que debatirse entre luchar por sí mismo o luchar por una causa en una de las varias guerras entrelazadas que le tocará vivir: la Historia parezca que le obligue a elegir por un bando u otro.
Esto ocurre porque ‘Voces de silencio‘ narra su vida desde finales de los años ’10 y comienzos de los años ’20, hasta la década de 1940 y de ahí en adelante, en esta historia narrada en primera persona. Primero Marruecos; después la Guerra Civil Española y en tercer lugar, la II Guerra Mundial. Tres conflictos que ningún libro de filosofía, de los muchos que lee o de los que le hablan, le hará comprender desde el punto de vista humanístico: porque la guerra es incomprensible si se piensa tan solo un segundo en el futuro de la Humanidad. Pero eso hay que explicárselo a quienes la hacen estallar.
El recorrido humano e histórico que Juan Soria Palacios plantea a lo largo de la novela es exquisito, mostrando cómo afecta en las carnes cada decisión de los gobernantes (desde los Reyes como Alfonso XIII hasta los dictadores como Primo de Rivera, desde el general Franco hasta Stalin en Rusia, desde la expansión del nazismo y el III Reich por su espacio vital hasta la rendición vergonzosa del gobierno colaboracionista de Francia) a los ciudadanos de a pie. Melquíades lo sufrirá y verá cómo su vida se parecerá a la de una novela, como él mismo recapacita.
Como una buena novela en la que lo macro y lo micro se tejen en una perfecta madeja que no podrá dejar indiferente al lector. Amor y odio, guerra y paz, lo grande y lo pequeño, el misterio, la tela de araña que une los extremos en una narración perfecta por parte del autor, eso es lo que encontrarán los lectores de ‘Voces de silencio‘. Un recorrido histórico a través de los padecimientos de Melquíades, un extremeño que se convierte en el centro de una trama genial.
Tan genial que a pesar de que hayan pasado décadas, el trasfondo histórico de la primera década del siglo XX, el más sangriento, convulso y perturbador, sigue estando vigente. La guerra, la sinrazón del odio y del suicidio humano no ha cejado en su empeño de autodestrucción; los pobres siguen sufriendo más que los ricos, siguen siendo enterrados en las arenas de los desiertos; el amor sigue siendo para muchos más importante que luchar por una patria que no se siente, por muchas banderas que ondeen en los pendones, en los mástiles o en los edificios estatales; y también, claro está, las incoherencias personales, de las que unas veces nos damos cuenta y otras veces no.
Melquíades va ganando con el paso de los años en inteligencia, en seriedad, en tener sumo cuidado en cada uno de sus pasos, en cada una de sus decisiones. Lo hará por responsabilidad familiar, por amor a la sangre de su sangre, por amor a su familia, pero sobre todo, por amor a Sara. Y se tendrá que enfrentar cara a cara a los dilemas filosóficos, éticos, morales e ideológicos consecuencia de luchar más por sí mismo, por su felicidad, que por la Humanidad.
Y caerá en contradicciones personales, y más de uno se preguntará si está obrando bien, si está siendo cobarde o tomando la decisión correcta, seguramente, pero cuando el lector lea ‘Voces de silencio‘ seguro que se preguntará: ¿podemos culpar a Melquíades cuando seguramente yo haría lo mismo? Esta pregunta será respondida con cada lectura de esta novela.
La guerra es la razón de la sinrazón,donde siempre pierden los pobrecitos que lo único a lo que pueden aspirar es a conservar la vida que es lo único que tienen.