El cadáver de una joven desaparecida la noche de su despedida de soltera, Susana Macaya, aparece muerta en la Quinta de Vista Alegre, en el barrio madrileño de Carabanchel. Al lugar llegan varios policías del barrio, como el subinspector Ángel Zárate y su compañero Alfredo Costa, así como el agente Fuentes, de la Policía Científica. Pronto se sabrá que este asesinato es similar al de la hermana mayor de esta víctima, Lara Macaya. Las dos eran medio payas medio gitanas, las dos estaban a punto de casarse.
‘La novia gitana‘ (Alfaguara Negra, 2018) es la primera novela de una mujer cuya identidad se desconoce y que firma con el pseudónimo de Carmen Mola. Fue vendida a cuatro editoriales extranjeras antes de publicarse en España y está considerada como la mejor novela policíaca del año en nuestro país. Un reconocimiento merecido.
La novela es trepidante y no dará respiro al lector mientras sigue paso a paso los tumbos, los palos de ciego que da la Brigada de Análisis de Casos, una especie de súperpolicía desconocida incluso para el resto de cuerpos policiales, con la inspectora Elena Blanco al frente de un equipo muy reducido de personas: los agentes Chesca y Orduño, cada uno procedente de un cuerpo policial distinto, el forense Buendía y una mujer mayor de 60 años llamada Mariajo que resulta ser una extraordinaria experta informática.
El asesinato de Susana Macaya dará lugar a una investigación que tratará, a su vez, de esclarecer el de su hermana Lara: los crímenes son similares, lo que significa para los agentes de la BAC que el condenado a prisión por el primer asesinato, el fotógrafo Miguel Vistas, no puede ser el autor del segundo y se duda de que fuera, por lo tanto, del primero. Se llega a la conclusión, de esta forma, de que hubo un error en la investigación policial del primer crimen, que lideró el expolicía enfermo de Alzheimer Salvador Santos, mentor y amigo del subinspector Ángel Zárate.
‘La novia gitana‘ es una obra extraordinaria dividida en capítulos muy cortos que dejan en suspenso absoluto la novela capítulo a capítulo, en cinco partes que comienzan siempre con un texto en cursiva en el que un niño está atrapado en una especie de nave. Mientras tanto, la inspectora Elena Blanco tendrá que demostrar la fama de la BAC, que investiga aquellos casos a los que la Policía no llega. Sin embargo, este caso se complica siempre por momentos, pasan las horas, pasan los días, pasan las páginas, los capítulos, y no se resuelve nada porque no se avanza nada.
La trama, el argumento, la radiografía de la sociedad, de la Justicia, del trabajo y de la corrupción policial y de las luchas internas en las competencias de la investigación de casos, incluso la crítica que hace la autora por medio de la narración del papel de los medios de comunicación, es voraz. Nadie que lea la novela dudará del realismo de la psicología y conducta de la inspectora Elena Blanco, aficionada a las canciones de Mina Mazzini, a las relaciones sexuales con dueños de grandes coches todoterreno y a la grappa.
Es compleja la visión que queda expuesta en la novela acerca de la población gitana, tanto de los que se dedican a la delincuencia como de aquellos que intentan encontrar una vida alejada de esta. Como los perfiles tan complejos y poliédricos que la autora ha construido para Moisés Macaya, gitano, el padre de las víctimas; para Sonia, paya, mujer de Moisés Macaya; para Antonio Jáuregui, el abogado defensor de Miguel Vistas en el primer juicio.
Y así para todos los personajes, incluyendo a otros como Salvador Santos y sus rencillas en el pasado con el comisario Manuel Rentero; para Damián Masegosa, un abogado de los que salen en las noticias días tras día, que van adquiriendo fama con el paso de los años gracias a ser abogado de personajes mediáticos, hasta convertirse en un personaje mediático más; o para las amigas de Susana Macaya, Cintia o Marta. También para Raúl Garcedo, el prometido de Susana Macaya.
Para el autor de esta reseña de ‘La novia gitana‘, todo esto va trazando una trama perfecta que capítulo tras capítulo hace que la investigación penda de un hilo, con más indicios que pruebas, con más dudas que aciertos, con más preguntas que respuestas. Porque las preguntas surgen, pero las respuestas permanecen ocultas siempre. Podrá el lector, obviamente, hacerse sus preguntas e intentar llegar a sus propias conclusiones.
En algunas es posible que acierte, en otras seguramente no, porque ‘La novia gitana‘ esconde más de lo que muestra, en una narrativa directa, seca, que impacta y que crea un laberinto del que parece imposible salir. La salida, que supondrá la resolución o no de los dos asesinatos de las hermanas, es demasiado complicada y por momentos parece que nunca va a llegar.
La inspectora Elena Blanco se debate en una feroz lucha consigo misma y en más de una ocasión hará pensar al lector hasta qué punto su pasado afecta a su presente, hasta qué punto es posible que una policía con la fama de eficacia que ella tiene es capaz de tenerse en pie tras noches y noches de borracheras a base de copas de grappa, de noches de karaoke cantando temas de Mina Mazzini.
Porque si la trama policíaca es perfecta, la personal que afecta a la vida diaria, profesional y privada, de la inspectora Elena Blanco, también lo es. Siempre está ahí, no desaparece nunca. Es una tensión constante en todos los capítulos, muy cortos, que hacen que ‘La novia gitana‘ una especie de continuo cliffhanger (recurso narrativo consistente en colocar a los personajes principales en una situación extrema al final de cada capítulo), aunque no sea extremo por violento necesariamente. Y la situación de estar al borde del precipicio se da tanto en la investigación como en la mente de la inspectora Blanco.
Por eso es un acierto el lema ‘Extrema’ incluido en la faja de la novela. Porque lo es, del primer capítulo hasta el último, por los que desfilarán personajes rotos, con secretos, que huirán de la Policía, que ya no pueden más o que tratarán por todos los medios de demostrar la inocencia de sus clientes.
‘La novia gitana‘ es una extraordinaria novela policíaca, muy dura, muy extrema, muy directa, de lucha del bien contra el mal, de lucha contra el demonio (también había un demonio contra el que luchar en ‘Donde fuimos invencibles‘, de María Oruña), que sorprenderá a todo el que la lea, que le quitará más de una venda de los ojos, que no le dejará parar de leerla hasta que llegue al final. Y quizás, para quien escribe estas palabras, ahí precisamente está el único problema del libro: la manera en la que acaba, ya que le falta coherencia con los tiempos del resto de la narración.
Por una parte, la «explosión» de la que habla Carmen Mola en el cuestionario final de este artículo de Zenda, es trepidante, al límite, extrema, como el resto del libro. Pero, por otro, tal vez precipitado. Ese es el único «pero» que se le puede poner a esta obra, un estreno de lujo para la escritora que se esconde tras el pseudónimo de Carmen Mola, que continuó esta historia con La red púrpura.
Uno de los libros peor escritos que he leído últimamente. Desde el primer capítulo se ve que la persona que escribe bajo el seudónimo de Mola no es escritor sino alguien que, aprovechando su fama, consigue publicar un libro y, con una campaña publicitaria avasalladora en los medios, lo sitúa entre las «grandes maravillas» del género. Pues no, se nota obra de principiante, con un estilo simplón y de best seller barato, que queda muy lejos de lo que podíamos denominar una obra medianamente buena. Muy mediocre.
Gracias por su opinión sobre la novela, Julio, aunque no coincida con la mía le agradezco su aportación.
Un cordial saludo.
Jesús de Matías Batalla.