Un exinspector de Antiatracos de la Policía, Santos Senabre, telefonea a una amiga periodista de un programa de radio de sucesos para preguntarle acerca de lo que sabe y no sabe del hallazgo del cuerpo de una chica emparedado en el antiguo edificio de un club de alterne del Paseo de la Castellana de Madrid: el Alazán. Un caso que le carcome desde hace años y que vuelve (en verdad, nunca se fue) a la mente de este policía abandonado y alcohólico.
Así da comienzo la estupenda novela ‘La flor del magnolio‘ (Playa de Ákaba, 2017), del periodista Felipe Serrano, que se adentra en esta historia de ficción a caballo entre Madrid y Amberes, en el que una trama de venta de diamantes y joyas y una investigación policial caminan de la mano. Publicada en la colección ‘La historia que contamos’, la obra recorre las ciudades de mencionadas de manera soberbia, tanto lo conocido como lo misterioso, rincones que están ahí, a la vuelta de la esquina, en el mismo Paseo del Prado, pero que los ojos de las personas, habitualmente, no ven.
Felipe Serrano sí lo ve y lo narra en esta novela, que, fundamentalmente desde los años ’80, cuya trama es la venta de diamantes y los negocios de un anticuario, Álvaro Dueñas, que se mente en el mundo de la «hostelería» como dueño de un club de alterne, el Alazán. Con una trama policíaca, en ocasiones ligada o pegada a la novela negra, pero sin pertenecer a ninguno de estos géneros. El autor los mezcla en una combinación en la que, como señala, añade sentimientos.
Porque Santos Senabre es un cúmulo de sentimientos: abandono, soledad, desamor o amor destiempo con una gemóloga, Adela, muchos años más joven que ella, en una relación, pero que el inspector de Policía no podrá quitarse de la cabeza. A la que intentará proteger, pase lo que pase y a cualquier precio. Aun a riesgo de su propia vida, la misma que arriesga para liberar de un secuestro a los trabajadores de una joyería, Grassy, para la que terminará trabajando como jefe de seguridad.
‘La flor del magnolio‘ es una historia de vidas solitarias que se unen. Por obligaciones laborales o por casualidad. Pequeñas islas (como pequeñas, aunque muy valiosas, son las joyas y los diamantes) en ciudades como Madrid y Amberes, unidas por un pasado común, histórico, como se recuerda en las páginas de la novela, en las que te pueden sonar los rostros de los vecinos o conciudadanos con los que te cruzas todos los días, pero rostros desconocidos de vida personas con vidas desconocidas.
Las chicas que trabajan en el club de alterne Alazán, donde mandan Álvaro Dueñas; su hijo, Alvarito, que es un joven desequilibrado y sociópata; el dominicano Milton Flores y ‘El Belga’, que estará siempre presente, le guste o no le guste a Álvaro Dueñas. Un hombre que empieza como anticuario y querrá ser cada vez más con el paso del tiempo, en una clara muestra de avaricia que, quién sabe, tendrá su alter ego en tantos negocios de tantas ciudades…
La novela es ágil, las piezas van cuadrando página a página, el lector intuirá cosas que van a pasar, otras le sorprenderán. Disfrutará con la lectura, con la trama, con el argumento, con cómo se relacionan los personajes, con sus dudas, sus miedos, sus arrebatos. Con el desprecio por la vida que tienen unos, y con los riesgos, absurdos, sí, seguramente, que tienen otros.
‘La flor del magnolio‘, en gran medida homenaje a la ciudad de Madrid, gustará al lector que tenga la suerte de comprarla y leerla.