Nochebuena de 1995. Un joven llamado Nicolás mata a su hermana Rosi en su casa de La Huerta (una comarca de Murcia) y después conduce un coche hasta un barranco, al que se tira para suicidarse. El pueblo queda conmocionado y un joven Miguel Ángel Hernández, amigo íntimo del asesino, no es capaz de asimilarlo. Veinte años después decide escribir lo que sucedió.
‘El dolor de los demás‘ (Anagrama, 2018) es una novela de no-ficción escrita por Miguel Ángel Hernández basada en hechos reales en la que tras dos décadas desde aquel terrible suceso en el que su mejor amigo se convirtió en un asesino suicida, el hombre que siempre ha sufrido por ser un gordo tiene que contar la historia de su amigo. Del que era la uña en la relación uña y carne.
A lo largo de toda esta novela su autor intercalará dos estilos y dos momentos diferentes: en uno le hablará a un ‘tú’ que el lector identificará como el propio ‘yo’ del pasado del escritor, la noche del asesinato y los días siguientes hasta el día del entierro. En el otro narrará en primer persona sus idas y venidas, sus dudas, sus recelos, su dolor y el dolor de los demás con el paso de los años durante su proceso de investigación para escribir la novela.
Un asesinato en una gran ciudad puede pasar desapercibido. En un pueblo donde todo el mundo se conoce, no. Y aunque como analiza el propio Miguel Ángel Hernández, en 1995 ningún medio de comunicación se refirió al asesinato como violencia de género porque al no existir estas palabras tampoco existía esta realidad, el dolor está ahí igual. Y esa violencia también, aunque se la llamara de otra forma y nadie quisiera prestarle atención.
‘El dolor de los demás‘ es un relato que desde un principio puede recordar al lector la también novela de no-ficción ‘A sangre fría‘, del periodista y escritor Truman Capote. Y más adelante esta obra se mencionará en varias ocasiones. Y al escritor algún vecino se referirá como el Capote murciano. Sea como sea, esta novela, como la mítica ‘A sangre fría‘, es un relato muy duro.
Ya no solo por cómo el escritor rememora cómo vivió la madrugada en la que su mejor amigo mató a su propia hermana, huyó y se suicidó tirándose por un barranco. Sino por todo lo que se desencadena desde el momento en el que le cuenta a un escritor, Sergio del Molino, una posible idea para una novela y este le dice que sí, que los acontecimientos de aquella trágica noche dan para una novela.
Y pese a que por momentos el lector se preguntará sin en algunos pasajes Miguel Ángel Hernández puede estar exagerando la realidad, si las casualidades más propias de una novela de Paul Auster que de la vida real son acontecimientos reales o precisión literaria, acabará sucumbiendo a la sinceridad que supuran las poco más de 300 páginas del libro. Entre la ficción. Porque rezuma culpa, rezuma miedo, rezuma pecado, rezuma un pasado que no recuerda bien pese a vivirlo tan de cerca.
Porque el autor se nos presenta como un perfecto desconocido de la realidad que sucedió aquella madrugada en la que la vida del pueblo murciano cambió. Porque se da cuenta de que en realidad no conoce tanto a quien fue su amigo íntimo en un mundo de soledad, de culpa cristiana, de noches encerrado en casa escuchando música clásica en lugar de salir a beber y divertirse con el resto de la juventud.
Miguel Ángel Hernández ha escrito un libro con el que se siente en parte identificado quien escribe esta reseña de ‘El dolor de los demás‘. Y esa extraña conexión está ahí. No en la parte trágica. Pero sí en cierta parte del ser humano que descubrimos y que se desnuda en estas páginas, dolorosas para él, pero más dolorosas para los demás. Esos que vemos llorar y gritar de rabia y de dolor la noche del asesinato.
Esta novela de no-ficción es un gran libro, que engancha desde la primera página. Desde el primer capítulo vamos a vivir como lectores la sensación de intentar pensar en qué partes su autor ha exagerado o decorado la realidad. Lo que puede hacer. Y si absolutamente todo lo narrada en este libro es fiel a la realidad, habrá que sentir, sí o sí, incomodidad. Pena. Pero al tratarse de una novela, sea de no-ficción o de autoficción, estos sentimientos van a aflorar de todas formas.
No solo porque esté escrita en primera persona, sino por lo bien escrita que está. Porque uno no se cansa de leerla, de pasar las páginas y recorrer el camino de escritura y reescritura del libro, como si el autor la escribiera al mismo tiempo que el lector la lee. Aunque no sea así. Pero casi.
Porque la tragedia humana que surge de los monstruos que todos llevamos dentro de nosotros (¿los llevamos o nosotros no somos monstruos, los monstruos solo son los demás?), ese monstruo llamado Nicolás o que habitaba dentro de Nicolás, que huía de noche y que apareció en la Nochebuena de 1995 en La Huerta es la tragedia que está, día a día, en las calles.
Agazapado, tímido, chutando con rabia un balón de fútbol, retraído, ocultando su vista cuando en la televisión o en una revista se ve un desnudo o un beso. Y que un día acaba causando el dolor. Nuestro dolor, el que más nos duele. Pero, sobre todo, causando el dolor de los demás.