Daniel Sempere está trabajando en la librería Sempere e Hijos, es el año 1957. Todo está tranquilo hasta que aparece un hombre, cojo, y quiere comprar un ejemplar de El conde de Montecristo que está en la vitrina con los tesoros literarios de la librerías. Lo compra al precio de 35 pesetas, la librería no pasa por un buen momento económico. En la dedicatoria, a modo de amenaza, el hombre escribe que el libro es para Fermín Romero de Torres, el hombre que escapó de la muerte y regresó a la vida.
El prisionero del cielo (Planeta, 2016), de Carlos Ruiz Zafón, es la tercera novela de la tetralogía del Cementerio de los Libros Olvidados después de La sombra del viento y El juego del ángel. Con este libro, que deja atrás lo mágico y sobrenatural de la segunda de las obras, regresamos a los protagonistas de la primera obra de la saga: el joven Daniel Sempere, ahora casado con Beatriz Aguilar y con hijo en común llamado Julián, y Fermín Romero de Torres, el vagabundo desconocido de la primera novela que se acaba convirtiendo en el mejor amigo de Daniel.
De esta manera, en la tercera novela de la tetralogía vamos a conocer a fondo el pasado de Fermín y sus problemas para dar su nombre real porque se va a casar con Bernarda, la sirvienta de Gustavo Barceló, a quien ya conocimos en La sombra del viento como tío de la joven Clara. Este próximo matrimonio se verá ensombrecido por el misterioso personaje del pasado de Fermín, que acabará contándole toda su historia en la cárcel de Montjuïc desde 1939. Lo que conocemos de pasada gracias la primera novela de la saga, ahora lo conoceremos a fondo.
El origen de la identidad de Fermín se remonta a aquella época en la que en la cárcel, además de sufrir las torturas del inspector Fumero, conoció a David Martín, el autor de la saga La ciudad de los malditos y protagonista de El juego del ángel. Es decir, que Carlos Ruiz Zafón nos despliega, en una narrativa perfecta narrada en primera persona en el presente, y en tercera persona en el pasado, nos conecta directamente las dos novelas. Con un estilo que no es tan trágico ni duro como las otras dos, en El prisionero del cielo nos adentramos aún más en las entrañas de esta historia de libros, de amores, de odios, de violencia, de pobreza y de una libertad que está tan lejos como las estrellas que vemos brillar en el cielo nocturno.
Fermín Romero de Torres ya se presentaba en la primera novela como un perro apaleado y temblando ante la presencia del inspector Fumero, pero ahora lo comprendemos mucho más y sabemos la realidad de su encuentro con Daniel Sempere. Barcelona, como un protagonista más de la novela, se muestra en varias de sus caras: la cara amable del amor de los enamorados sin importar su edad; la cara dura de la niebla y la oscuridad que cubre los corazones de las almas podridas, ya sea con el objetivo de medrar durante la dictadura, como Mauricio Valls, que dirigía tras la Guerra Civil la cárcel donde estuvo preso Fermín con David Martín, totalmente enloquecido y escribiendo sus memorias, y que llega a ser Ministro de Educación durante el franquismo.
Las dos primeras novelas de la tetralogía jugaban con unos paralelismos claros entre las vidas de Julián Carax y Daniel Sempere (la primera); hacían una especie de desdoblamiento policial con las personalidades de los inspectores de la Brigada Social Fumero y Víctor Grandes en comparación con sus respectivos ayudantes; y ahora con la tercera pone en el centro de la acción. a un ser despiadado como Valls en contraposición a los héroes, Fermín y Daniel. Esos balanzas, esos equilibrios y relaciones entre las tramas están claras al analizarlas en las novelas de Carlos Ruiz Zafón.
Con El prisionero del cielo, a modo de metaliteratura, descubriremos del todo qué era realmente El juego del ángel, el momento en el que David Martín escribió su vida, unida de manera muy fuerte con la de Daniel Sempere y su padre, a través de Isabella Gispert, la madre de Daniel y que en su juventud fue la ayudante de Martín. Una mujer combativa, rebelde, que hacía todo lo posible por salvar a su amigo, de carácter fuerte como lo es Beatriz Aguilar, que también tiene su trama propia. Y a través de ella es cuando vamos a conocer al Daniel Sempere más irracional, alejado de la bondad que lo caracterizada, tanto a él como a su padre como a su abuelo, libreros de toda la vida.
En las dos reseñas de las novelas previas de la tetralogía del Cementerio de los Libros Olvidados veíamos dos estilo en el fondo bastante diferentes. Por un lado, es cierto que comparten el género de novela histórica y thriller, pero la primera era más costumbrista, mientras la segunda tiende más a asemejarse con el realismo mágico. Con El prisionero del cielo, Carlos Ruiz Zafón vuelve más al estilo de la primera y nos termina de encajar piezas del pasado, el presente y el futuro de Daniel Sempere y Fermín Romero de Torres.
Carlos Ruiz Zafón, como he comentado en las reseñas de los dos libros previos, emociona y emocionará siempre con esta saga literaria. Llevándonos de la mano al Cementerio de los Libros Olvidados, custodiado por Isaac Monfort, y a la librería Sempere e Hijos, en la que el padre quiere salvar la Navidad, como en una novela decimonónica, poniendo un belén en el escaparate para atraer las ventas necesarias para que el negocio no se hunda.
Con toques dickensianos (cómo no pensar en Dickens leyendo cómo nieva sobre la ciudad de Barcelona en las Navidades de 1957 y comienzos de 1958 en los que se ambienta esta tercera novela de la tetralogía), el siglo XIX aparece en El prisionero del cielo con el ejemplar de El conde de Montecristo y la vida de Fermín en la cárcel con presos como David Martín, el doctor Sanahúja o Salgado, un preso que parece muy de izquierdas, pero está carcomido por el odio y las ansias de riqueza porque oculta un tesoro que no quiere compartir. Y es que, aunque sea una víctima más, no siempre en las peores circunstancias los humanos somos capaces de ayudarnos. La autodestrucción del género humano está presente en El prisionero del cielo en todos los sentidos, a la misma altura que el amor, la bondad y la compasión.
Ruiz Zafón ya rindió homenaje a Gabriel García Márquez, por ejemplo, con el inicio de La sombra del viento, nos dejó otro tesoro literario con esta novela. Quizás no engancha tanto como las otras dos anteriores, quizás su calidad literaria no es tan alta, pese a ser una muy buena novela. Pero nos coge de la mano a los lectores, guiándonos a un mundo de perdición, de almas malditas, de un amor que quizás nunca podrá llegar a ser tan fuerte como el odio (esto depende de la filosofía vital de cada uno). Y nos enseña de manera brillante que mientras que uno puede escapar de la muerte sin buscar venganza, esta habita en el corazón de otros que no han resucitado y vuelto al hogar, pero que tienen un vacío interior difícil de llenar y, a veces, la manera de hacerlo es con odio.
En definitiva, El prisionero del cielo sigue la tónica de novelas como si fueran muñecas rusas, con historias que se meten dentro de otras y un grupo coral de personajes unidos por un hilo de color rojo sangre. Carlos Ruiz Zafón nos deja respuestas del pasado ya respondidas y un futuro prometedor como lectores para saborear el final de la tetralogía del Cementerio de los Libros Olvidados, unas enormes galerías subterráneas donde los personajes regresan una y otra vez, que se descubre en la novela El laberinto de los espíritus.