reseña de la novela El laberinto de los espíritus de Carlos Ruiz Zafón

Reseña de la novela ‘El laberinto de los espíritus’, de Carlos Ruiz Zafón

Daniel Sempere sueña con el amanecer en el que, siendo niño, su padre le llevó por primera vez el Cementerio de los Libros Olvidados, un tesoro de libros llenos de las almas de sus lectores hecho en una estructura subterránea en la ciudad de Barcelona. Y con el cadáver de su madre, Isabella Sempere (Gispert era su apellido de soltera cuando era la aprendiza de David Martín), que, fría como el mármol, abre los labios y le dice con voz atronadora «Tienes que contar la verdad».

El laberinto de los espíritus (Planeta, 2018), de Carlos Ruiz Zafón es el último libro de la saga del Cementerio de los Libros Olvidados después de La sombra del viento, El juego del ángel y El prisionero del cielo. Ahora, a finales de los años 1950, Daniel Sempere, eterno niño bajo la mirada y protección de Fermín Romero de Torres, casado con Beatriz Aguilar y padre de Julián Sempere, un niño curioso y despierto, buscará venganza.

Y lo hará en una novela en la que, sin embargo, él y la familia Sempere (su padre Juan Sempere, de quien por fin conocemos el nombre), no será el máximo protagonista. Lo serán, en esta novela policial por encima de cualquier otro género, la pareja de agentes formada por Alicia Gris y el capitán Vargas. Ellos tendrán que resolver el misterio de la desaparición del ministro Mauricio Valls, quien era el responsable de la prisión del castillo de Montjuïc en la que estuvieron prisioneros como David Martín y el propio Fermín en los primeros años de la postguerra, convivencia narrada en la segunda de las novelas de la saga aquí reseñada.

Tras iniciar la saga con La sombra del viento, seguirla con una trama mucho más tenebrosa, diabólica y esquizofrénica con El juego del ángel y reunir las piezas en El prisionero del cielo ampliando el espectro a nivel gubernamental, el final con El laberinto de los espíritus es perfecto. Alicia Gris, una agente al margen de la policía bajo las órdenes de su mentor, Leandro Montalvo (como si fuera la Antonia Scott de Reina Roja, pero con un personaje mucho mejor definido de forma realista), nos abrirá los ojos en su búsqueda de Valls a una España negra, muy negra, en la que durante la dictadura franquista (1939-1975) hubo mucho más terror que durante la Guerra Civil (1936-1939).

Porque en una crítica de El laberinto de los espíritus, narrada sobre todo en tercera persona con algunas partes en primera persona cuando los narradores, vivos o muertos, son los que hablan, no puede faltar esta opinión: esta no es sólo una novela sobre literatura, con homenajes a novelas eternas como El conde de Montecristo, Cien años de soledad, Los miserables o El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.

No se trata sólo de cerrar una saga de cuatro novelas sobre el oficio de ser escritor, sobre los escritores malditos de Barcelona (Julián Carax, David Martín o Víctor Mataix, que se une en esta última con una historia trágica) y sus diferencias relaciones con sus respectivos editores (¿quién es Andrea Corelli en realidad?, nos seguimos preguntando al acabar la tetralogía), ni una historia de miles de páginas sobre la necesidad de salvar libros y escribirlos frente a los que disfrutan quemándolos (entre ellos hay que contar el temible capitán Hendaya, que se suma a los policías villanos como lo fue antes el inspector Fumero).

No es así, quedarnos sólo en el espectro de lo literario, pese a su enormidad porque Carlos Ruiz Zafón escribió cuatro obras maestras de la literatura en español, es quedarse corto. Aunque pone la piel de gallina pensar en lo pronto que murió Zafón (en 2020, a los 56 años). La trama policial de Alicia Gris (y su pasado con Fermín Romero de Torres cuando era niña y las bombas caían sobre Barcelona) y el capitán Vargas nos muestra que esta novela trata sobre España. Sobre una España cainita y corrupta, una España en la que los méritos para ascender en la dictadura eran la mentira, el miedo, la violencia y el terror.

El laberinto de los espíritus, que toma su nombre de una de las novelas escritas por Víctor Mataix (su frase a su editor una vez empezada la Guerra Civil diciendo que no merece la pena escribir porque sus lectores se están matando entre ellos es terriblemente bella, cierta y triste), es un retrato de España, de todos y cada uno de nosotros. Lectores o no de Ruiz Zafón (aunque el alma de muchos no esté en las letras de sus novelas), nos reconocemos de alguna forma en ellos. Al igual que Alicia Gris ya no se reconoce, sino sueña con tener una vida como la de Daniel y Beatriz, sin poder por el mundo tenebroso en el que vive.

Todos queremos vengarnos de alguien por algún motivo como lo quiere hacer Daniel Sempere; todos queremos ser los eternos protectores por una promesa que hicimos, como Fermín Romero de Torres (el mejor personaje de la saga a mi parecer, irremediablemente agnóstico, incorrecto y sexual); todos tenemos una misión que cumplir y descubrir la verdad por horrorosa que sea hasta la última consecuencia como Alicia Gris; todos hemos sido envidiosos de la fama de los demás, como Mauricio Valls; o a todos se nos pone la cara colorada de vergüenza con las ocurrencias de algunos, como le pasa a la Bernarda.

En definitiva, El laberinto de los espíritus nos retrata de alguna u otra manera con una trama que engancha y que, eso sí, como en toda novela coral que se precie, con el hábito de la lectura, siempre es posible imaginar qué es lo próximo que va a suceder. Máxime cuando hay tantos hilos, sí, pero tan queridos por los que hemos disfrutado de la lectura de los cuatro libros. Hemos sentido pena, rabia… nos hemos reído, hemos sufrido con el temblor de Fermín ante Fumero, sonreído cuando la pasión amorosa y sexual de la juventud de las diferentes parejas surge de manera imparable.

Carlos Ruiz Zafón da una vuelta de hoja, eso sí, en esta novela, con un símil o paralelismo bastante claro con alguna de las novelas de Paul Auster (no diré cuál para escribir demasiado), revelando todo lo que podría estar abierto en El juego del ángel o en El prisionero del cielo. Un maestro de las palabras, que las cuida y las mima, elevando la literatura a un grado superior con esta saga del Cementerio de los Libros Olvidados que acaba con esta reseña de El laberinto de los espíritus. Porque toda novela es un laberinto con entradas, no con inicio ni final.

Como no tienen inicio ni final las injusticias y las luchas políticas fratricidas en un país como España, donde el poder del dinero compra la vida y la muerte, propias y ajenas. El poder de familias de banqueros como el de Miguel Ángel Ubach o Ignacio Salgado, por ejemplo, mueve montañas. Y demuestra que en un régimen, democrático o dictatorial, las luchas por el poder son eternas y quienes un día parecen amigos, al día siguiente son enemigos. No se puede uno fiar de nadie, como Fermín no se fía en toda la novela de Alicia Gris. Ni de la luz de los fuegos artificiales que parecen iluminar Barcelona y España, pero que, realmente, ¿hace desaparecer todo lo oscuro del pasado, presente y futuro?

El laberinto de los espíritus, de una manera magistral y perfecta, cierra la saga del Cementerio de los Libros Olvidados, recordando que la literatura y la vida están hechas de paralelismos, casualidades e historias pasadas que se repiten porque no aprendemos del pasado. Un conjunto de cuatro historias en las que las diferencias entre ricos banqueros y pobres desheredados está siempre al día. Como la eterna rueda de padres e hijos, contándose secretos y dándose lecciones de vida sin freno posible. Como infinita es la enorme biblioteca oculta en Barcelona, ciudad maldita para unos, ciudad de los prodigios para otros, gracias a la pluma (o la Underwood o la Olivetti) de Carlos Ruiz Zafón.

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