Michel Djerzinski es un afamado investigador de biología molecular que trabaja en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia y que decide tomarse un año sabático, dejar de trabajar, pero sin tener del todo claro qué va a hacer. Michel tiene un hermanastro, Bruno Clément, de la misma madre, pero de padre diferente, con el que se reencontrará años después. Los dos sufren durante sus vidas las consecuencias de una madre que los abandonó atraída por el movimiento hippie de los años 1960.
Las partículas elementales (Anagrama, 1999) es la segunda novela del escritor francés Michel Houellebecq y es un ejercicio narrativo tremendo en el que el autor, como un cirujano, mete el escalpelo en lo más profundo de la sociedad francesa y occidental. Y plantea soluciones por medio de un narrador que cuenta, en pasado, la historia del biólogo molecular Michel Djerzinski y la mutación metafísica que produjeron sus investigaciones sobre el ADN humano. Esa mutación produjo un antes y un después en la vida de la raza humana, como antes lo fueron la aparición del cristianismo y otras.
Houellebecq describe en esta novela a dos personajes, los hermanastros Bruno y Michel, en la cuarentena de edad, como dos ejemplos de las víctimas de la liberación sexual y el individualismo del movimiento hippie y el movimiento religioso y espiritual de la New Age en Europa y Occidente. Y establece un paralelismo entre la genética humana y la reproducción de las células con la sociedad de finales del siglo XX, de manera que el sexo, la violencia, la libertad, el individualismo y la religión -elementos que también son el centro de la narrativa de su novela Sumisión– han provocado la decadencia de la sociedad en su sentido literal.
Todos los actos tienen consecuencias y el comportamiento de los padres las tiene muy directas sobre los hijos, en una mezcla entre determinismo genético e influencia del ambiente para dar como resultado quiénes somos, qué hacemos, qué pensamos y cómo nos comportamos. De manera muy descarnada, muy directa, Las partículas elementales de Michel Houellebecq es un libro dedicado al hombre, pero la interpretación de si es un homenaje a la raza humana o una denuncia, queda en la mente del lector. Porque viendo el transcurso de la vida del hombre, la frase ‘El hombre es un lobo para el hombre’ y plantearse que el hombre es un cáncer para el planeta, hace dudar de que se pueda homenajear para bien a la especie humana.
Lo que está claro que esta es una novela desgarradora, de sexo y muerte, de filosofía y ciencia, de placer y dolor, que atrae o repele a quien la lee, es difícil que haya términos medios. Michel Djerzinski cambió la historia de la Humanidad en esta novela que se convierte en distópica -como Un mundo feliz de Aldous Huxley- porque avanza casi hasta 30 años después del momento en el que está ambientada. Y establece un paralelismo claro entre cómo el ADN nos forma como seres humanos y cómo las personas formamos las culturas y sociedades. Y cómo dando solución a la base de la especie humana se da solución a los problemas de las sociedades, lo que es ir, literalmente, a la raíz del problema para solucionarlo.
¿Influye directamente la reproducción las partículas elementales, las más pequeñas que forman la materia y que no tienen partículas internas, en los comportamientos humanos? Leyendo la novela, la respuesta es sí y solo una mente perturbada, genial y traumatizada como la de Djerzinski es capaz de darse cuenta. Por eso, en un mundo como este año 2023 en el que escribo esta reseña, los descubrimientos planteados en la novela de Houellebecq son realmente disruptivos, una palabra usada en tecnología y quizás carente de sentido la mayoría de las veces que se usa.
Mientras Michel Djerzinski se plantea qué hacer con su vida y hacia dónde deben ir las investigaciones sobre el ADN humano, su hermano Bruno vive una vorágine de autodestrucción. Bruno es una persona desequilibrada, profesor de literatura que llega a masturbarse en lugares públicos o en las clases viendo a las alumnas menores de edad. Unos comportamientos sexuales que son consecuencia directa de la sexualidad de su madre, una mujer a la que odia con todas sus fuerzas y que vivió de lleno la libertad sexual y el individualismo de la New Age. Y en esa destrucción, se aprecia directamente la relación que descubre Michel en sus investigaciones en Irlanda en los últimos años de su vida.
Los dos hermanastros son personas solitarias y, por tanto incompletas. En la novela Las partículas elementales, Houellebecq (el narrador) plantea que las personas sólo estamos completas cuando nos enamoramos y compartimos nuestra vida con alguien. Pero el sexo mata y en este libro, que tiene una narración en tercera persona, la petite morte del orgasmo se convierte en muerte real. Bruno conoce en una especie de campamento hippie en Francia a Christiane, una mujer con la que vive todo el frenesí y el desenfreno sexual que jamás se imaginaría vivir.
Su hermanastro Michel, aunque vive una relación tardía con Annabelle, una antigua compañera de colegio -como fueron compañeros Tengo y Aomame, los protagonistas de la novela 1Q84 de Haruki Murakami, en la que también tiene un gran protagonismo el mundo de las sectas religiosas-, nunca ha conocido el amor de verdad. Los dos mantienen una relación distante, ya no de amor-odio, sino vacía, sin fundamentos sólidos de unión al no tener el mismo padre y tener una misma madre que los abandonó. Así que lo macro y lo micro están establecidos de una manera muy clara en el libro, los dos niveles del significado más profundo de la novela y el futuro establecido llaman a una reflexión filosófica, humanística, psicológica y científica muy profunda.
Houellebecq es un autor polémico y sus novelas no son libros para entretenerse, sucede lo mismo que con otros escritores o escritoras de los que he escrito reseñas. Las partículas elementales de Michel Houellebecq es una demostración de novela que mezcla diferentes aspectos de la vida humana, con escenas que van desde la incomodidad hasta la pornografía, de lo socialmente reprobable y denunciable a la ternura en la que todos podemos sentirnos reflejados y emocionados. Del ‘Creo que soy feliz’ de Bruno a sus masturbaciones en clase hay todo un mundo y una complejidad genética y psicológica enormes. Es, sin duda, el hermanastro más complejo, más odioso de los dos, pero también el más traumatizado.
No se sabe si en una novela cabe la vida entera, pero en libros como este tenemos una cercanía muy próxima a una respuesta como un sí. Porque no es una novela total como otras de sus compatriotas Alejandro Dumas (El conde de Montecristo) o Víctor Hugo (Los miserables), ni en extensión en número de páginas ni en el recorrido vital de sus protagonistas. Pero es que Houllebecq toca fibras muy sensibles, tiene una narrativa muy cáustica, dolorosa y certera en los aspectos que denuncia en la ficción (¿lo denuncia también en lo personal, se puede separar al narrador del autor?).
Las preguntas tras leer este novela, más allá de que su estilo narrativo, el argumento y ejecución gusten o no (en verdad, o lo amas o lo odias), son: ¿El sexo reproductivo es el mayor problema de la especie humana y si se elimina puede surgir una especie mejorada, inmortal y no violenta? ¿El hippismo es un movimiento de personas reprobables, inservibles y vagos, en lugar de ejemplo de libertad y fraternidad frente a un mundo en guerra? ¿Y son los hermanastros Michel Djerzinski y Bruno Clément son, dejando a un lado que estamos ante una novela de ficción, la respuesta en el mundo real a estas preguntas?
Las partículas elementales de Michel Houellebecq motiva pensar sobre todos estos temas, aunque en la parte final realmente no plantea cómo de verdad mejora la sociedad cuando años después de los descubrimientos de Djerzinski, el joven Frédéric Hubczejak rescata su figura mítica y defiende poner en la práctica lo que el biólogo molecular descubrió. Pero, en conclusión, esta no es una novela para todos los públicos, dejando el sexo explícito y las escenas orgiásticas de Christiane y Bruno a un lado: no todo el mundo está preparado, con independencia de que le guste o no Houellebecq como escritor, para leer un libro que no está escrito para entretener, sino para hurgar en las heridas de la sociedad y hacer que sangren y nos demos cuenta de que somos mortales, que sangramos, que sufrimos y morimos.