Son las ocho de la mañana de un lunes y el protagonista de la novela, Pablo, viaja en su coche por Madrid camino del trabajo. Junto a la Plaza de Cibeles, tiene un accidente mientras escucha una canción de los Judas Priest, chocando con un descapotable que conduce una ejecutiva pija llamada Sonsoles López-Díaz. En ese momento, toda su vida cambiará en una montaña rusa imparable camino de la destrucción.
‘La flaqueza del bolchevique‘ (Colección Booket, 2004) es la novela con la que el escritor Lorenzo Silva fue finalista del Premio Nadal 1997 y narra una historia que se asemeja a cualquiera de las que años después, concretamente en 2014, forman la tremenda película Relatos salvajes, dirigida por el cineasta argentino Damián Szifron.
Porque el narrador en primera persona de esta novela, que en la primera parte de la casi goza del privilegio de escribir un relato en el que al menos hay un insulto o exabrupto por cada página, está asqueado y aburrido en su vida y en su trabajo y se marca la meta de aniquilar moralmente a la mujer con la que ha chocado esa mañana, trastocando su vida para siempre.
El protagonista de La flaqueza del bolchevique es un hombre de treinta y tantos años que ha estudiado Filosofía pero trabaja en un banco, gana el suficiente dinero como para tener una vida holgada, pero se dirige a un camino destructivo que comenzará con unas llamadas telefónicas anónimas a su víctima y a su familia, y acabará de muy mala manera. Y así será porque en su camino, el que le separa de la insoportable Sonsoles López-Díaz, trabajadora del Ministerio de Industria, aparecerá Rosana.
Rosana es la hermana de Sonsoles, tiene 15 años y aunque no aparece el paralelismo en toda la novela de forma explícita, es una especie de Lolita moderna (un poco más mayor que la joven de la novela de Vladimir Nabokov), de fruto prohibido, que hará que flaqueen las fuerzas de quien quiere vengarse de una mujer y acaba rendido a los pies de una joven Rosana. Ella es una chica buena a los ojos de su familia y de sus profesores, pero esconde en su mirada y en su cuerpo de adolescente que va camino de convertirse en mujer mucho más de lo que el protagonista puede soportar.
Para quien escribe esta reseña de ‘La flaqueza del bolchevique‘, esta es una muy buena novela en la que Lorenzo Silva divide en dos la narración, gran homenaje a la música, a la literatura, a la filosofía y a la Historia, con la Revolución Rusa y el asesinato de la familia de los Romanov de fondo, con el paralelismo que existe entre lo que sintió el mujik que violó a la Gran Duquesa Olga y la flaqueza que sintió después de su asesinato, y el narrador de esta novela.
A medida que el protagonista cae rendido a la perdición del cuerpo púber de Rosana, fantaseando con la pedofilia, la novela se transforma, el lenguaje incluso es distinto y es cada vez menos poblado de insultos y palabras o expresiones malsonantes del narrador recordando su pasado.
Se dice que la música amansa a las fieras y la joven Rosana, con toda su provocación, con su mirada azul y sus pantalones para hacer deporte sin bragas debajo, como le dice al protagonista en el parque de El Retiro de Madrid, transforma al trabajador de la Banca que quería vengarse de Sonsoles López-Díaz por haberle jodido la mañana de lunes.
Le trastoca, pero no llega a replantearse su vida como si de repente apostatara del nihilismo nietzscheano y viera la luz y la felicidad… aunque tenga momentos dulces, por decirlo de alguna forma, como cuando el protagonista narrador recuerda cómo se puede ser feliz escuchando las primeras notas de la quinta sinfonía de Schubert. Porque la mentalidad de este bolchevique de finales del siglo XX no tiene anestesias ni analgésicos que valgan y por eso sus diálogos con la adolescente Rosana son como cuchillos.
La novela ‘La flaqueza del bolchevique‘ es divertida y dura al mismo tiempo, es impactante y directa. Es muy ágil y en un par de horas se puede leer perfectamente. Esta obra tocará al lector, como Rosana tocó al empleado de banca, que camina la senda que va de la explosión de odio e intento de llenar el vacío de su vida de mierda vengándose de una tipeja con la que ha tenido un accidente de tráfico, a decir no y detenerse antes de que sea demasiado tarde.
Pero cuando uno lleva una vida que le lleva a coger el coche de madrugada y usar la M-30 como un circuito de carreras cuando no puede dormir para descargar la adrenalina de su cuerpo, que le lleva a perseguir a una mujer llamándola de madrugada y amenazándola, aunque se pueda comportar como un adolescente imbécil por las hormonas para impresionar a una quinceañera y resultar cómico dentro de lo execrable que es en el fondo, ¿es posible detenerse cuando el coche va cuesta abajo por un precipicio e impedir sufrir daños propios y dañar a los demás?