Portada de la novela Una vida más tarde

Reseña de la novela ‘Una vida más tarde’, de Paz Martín-Pozuelo

Aurora es una joven curiosa cuya vida cambiará cuando una prima de su abuela que se llama Santiaga (Santa comenzó a llamarla toda su familia cuando era pequeña) llegue de repente a su casa y quede asombrada del misterio de su personalidad, de su nombre, de su presencia allí y de lo que se esconde dentro de la habitación de la puerta roja. La habitación donde se quedó a dormir Santa cuando llegó a su hogar.

Anciana y joven quedarán unidas desde el principio por la amistad y por la capa de niebla que cubre todos los misterios del mundo en la novela ‘Una vida más tarde‘ (Playa de Ákaba, 2017). Algunos, indescifrables. Pero otros se pueden desvelar si el curioso o la curiosa soplan despacio, en el momento idóneo, para que la niebla deje paso a lo oculto. Aunque en el caso de Santa sea un pasado trágico en todos los aspectos.

Santa acaba accediendo y antes los soplos y preguntas de Aurora (más bien, por el miedo a las tormentas y a que el cielo se rompa en mil pedazos y las aplaste, solas en casa) y en la intimidad del hogar, vacío del resto de familiares, porque la novela está cubierta también por la intimidad y la cercanía de las dos, le cuenta la historia de su vida, quién es, de dónde viene y cuál es su equipaje. Compuesto más de experiencias y tragedia, de lágrimas y latidos entrecortados, que de objetos personales. De esos, solo los justos. O que de alegrías, como amores adolescentes y una vida feliz con su pareja. De eso, también hay lo justo.

El libro está narrado en primera persona en su mayor parte, pues se trata de una narración oral de Santa, pero llevada al papel. Eso lo notará perfectamente el lector cuando vaya leyendo ‘Una vida más tarde‘, en el que su autora, Paz Martín-Pozuelo, parece recoger la tradición oral del mundo rural, trayendo al presente imágenes del pasado con la magia de las palabras, creando una comunidad alrededor de un fuego, de una fuente, de un patio de vecinos.

Los recuerdos de Santa pasarán por todos los acontecimientos que ha vivido en el seno de su familia en un pueblo de Andalucía. Donde el campo se riega con el sudor de los campesinos, donde los refranes no suenan impostados porque no son más que la explicación de la vida cotidiana. Donde cuesta ganar el pan. Y a veces, en tiempos de guerra, como los que vivirá de soslayo Santa, es lo único que se tiene.

Lo que se tiene y se pierde, a veces de manera que parece que la muerte es una anciana sentada al fresco en la puerta de su casa viendo pasar a los vecinos del pueblo, es la familia. Santa lo sufrirá año a año de forma irremediable. Y ante la tragedia, en la que de vez en cuando se puede colar la comedia (el luto, a veces, se rompe con la risa cuando pasa el tiempo necesario), Santa tratará de sobrevivir, aunque incluso piense que la respuesta al sufrimiento puede ser la maldad.

Una vida más tarde‘ es un grito a querer vivir una vida más después de la que nos ha tocado, aunque eso sea imposible. Sobre el intento de ser eternos, o de tratar de hacer eternos a los demás, nombrando a las estrellas con las identidades de los difuntos. Sobre el intento de que la muerte no sea el final, sino el inicio de un segundo viaje después de la vida.

Y sobre el papel de las mujeres en el mundo rural, ya que las principales protagonistas de la novela, además de Santa y Aurora, son ellas. Con sus ojos de dos colores diferentes que, para desgracia de Santa, nunca hicieron en verdad que viera la vida de colores, como vaticinó su madre tras el parto cuando la comadrona le comunicó que el color de los ojos de su hija eran diferentes entre sí.

Tal vez se pueda definir ‘Una vida más tarde‘ como una novela feminista en tanto en cuanto las mujeres llevan la voz cantante. Tal vez no, depende de la intención de su escritora. Lo que sí es cierto es que las mujeres del mundo rural están olvidadas en la actualidad. Como, puede parecer muchas veces, la propia vida y la propia muerte en las ciudades.

Como si en el mundo urbano la experiencia vital estuviese anestesiada, como si rodeados de estrés y obligaciones, de aparatos, de nuevas tecnologías, de prisas, de cientos de hormigas (somos hormigas trabajadoras, todas yendo en la misma dirección, a los mismos lugares de trabajo, a las mismas horas… aunque haya versos libres que intenten diferenciarse), los hachazos de la muerte fueran diferentes.

Posiblemente este sea otro acierto de Paz Martín-Pozuelo para quien escribe esta reseña de ‘Una vida más tarde: el retrato sin edulcorantes de la vida y de la muerte. Nos recuerdo que las desgracias ocurren, que los niños mueren siendo bebés en muchas ocasiones (o que han muerto en el pasado más reciente del siglo XX en nuestro país, en el que tan dados somos a olvidar el pasado cuando más conviene, o simplemente por ignorancia), y que a los muertos hay que vestirlos.

La vida no es solo poesía y lirismo, no es solo felicidad y alegría, no es solo una sonrisa o imaginar que en las estrellas viven nuestros antepasados. La vida también es tragedia, es una camisa manchada de rojo por la sangre de un niño. Es un padre que queda postrado en la cama. Una madre que pierde el habla. La vida es una desgracia tras otra. Y al final, está la muerte. Cómo afrontarla, depende de cada uno.

Una posible manera de hacerlo, en definitiva, puede ser desear una segunda oportunidad porque nos ha tocado una existencia injusta, porque no hayamos hecho nada para merecer lo vivido. Una posible manera de hacerlo puede ser desear tener una vida más tarde. Metafóricamente. O transmitiendo nuestra vida a las generaciones que nos suceden, sentarnos con ellas en un patio mirando las estrellas y contarles nuestras vidas para no morir. Para permanecer vivos, por lo menos, en la memoria de los hombres y mujeres que nos sobrevivirán.

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