Transcurre el año 632 después de Ford y los habitantes de Londres viven felices en un mundo en el que los humanos son creados en laboratorios, en el que la vida de cada sujeto es condicionada al milímetro, de tal forma que cuando vayan creciendo y sean adultos, vivan absolutamente alienados, sabiendo que «todo el mundo trabaja para todo el mundo» y que «hasta los Epsilones son útiles», pese a ser la casta más baja (las otras son los Gammas, los Alfas y los Betas).
‘Un mundo feliz‘, distopía escrita por Aldous Huxley en 1932, es quizás la mejor distopía que se haya escrito hasta la fecha, aunque hay opiniones para todos los gustos y nadie negará el valor de otras como ‘Farenheit 451‘, de Ray Bradbury, o de ‘1984‘, de George Orwell. Todas ellas, además, con puntos en común, como es uno muy importante: un futuro deshumanizado en el que el arte y la literatura han desaparecido, o se han destruido/quemado los libros, o se ocultan y se reescriben nuevos, adecuados a los fundamentos de la nueva sociedad que intenta borrar el pasado humanístico/literario/artístico y, con ello, la crítica, la libertad de expresión, de pensamiento.
Una novela que parte de la producción industrial de vehículos en cadena desarrollada por Henry Ford, dividiendo el trabajo y multiplicando los resultados para la empresa, y hace que el lector navegue a un futuro de condicionamientos neopavlovianos, alienación absoluta, una atmósfera gris y muy inquietante. Porque el lector no podrá más que inquietarse al pensar en cómo es el futuro planteado por Huxley en esta obra maestra, en la que los seres humanos son engendrados en probetas y tubos de ensayo con dosis exactas que condicionarán sus vidas y no podrán imaginarse nada que sea diferente a lo que su programación les dicta. Esa imaginación sería ir en contra de su propio ADN, de sí mismos.
Inquietante porque si en este futuro la producción en cadena sirve para crear humanos idénticos y sometidos, ¿cómo se reacciona al darse cuenta de lo que sucedió en el futuro próximo que vivió la Humanidad a este año 1932 en el que fue escrita esta obra, cuando el nazismo también llevó al límite de lo demoníaco y deshuminazado el proceso en cadena, pero para cometer un genocidio contra los judíos?
‘Un mundo feliz‘ narra una vida futura en la ciudad británica de Londres en la que a los niños se les condiciona de forma atroz desde que son bebés, dándoles descargas eléctricas cuando van a tocar libros con flores, para que de mayores no les gusten los libros ni las flores; en la que cuando son algo más mayores, se les da chocolate mientras visitan a enfermos terminales a punto de morir para que no sientan miedo a la muerte, pero como parte del condicionamiento superior para que haya «estabilidad»; en la que, a estos mismos niños, se les enseñan juegos eróticos.
Pero, al mismo tiempo, la deshumanización de esta novela distópica, como la de otras más actuales como ‘El palacio de Petko‘ de Lorenzo Silva y Noemí Trujillo, provoca que los conceptos de «padre» y «madre» sean obscenidades que no tienen cabida, como es obsceno y reprobable desear tener una sola pareja y no ser promiscuos. O no tomar «soma», una droga con la que se olvidan los problemas, una herramienta más de alienación en este mundo feliz, dividido en castas, en la que cada individuo sabe lo que tiene que hacer, por qué, cómo es útil en la sociedad. Un sociedad en la que hasta lo más bajo, los Epsilones, son necesarios. Y para ellos, su trabajo, sucio, «indigno» si queremos llamarlo así, es un trabajo para el que están hechos y lo hacen sin plantearse nada en contra.
Esta es la vida de los seres «civilizados», como Lenina, una hembra «neumática», Fanny, amiga de Lenina, Henry Foster… Pero también existen disconformes, que no alcanzan la felicidad en este mundo que parece perfecto, que en este caso, en la novela están personificados en Bernard Marx (contrapunto a lo fordiano, al capitalismo, al consumismo, la cara del marxismo en esta obra), del que todos dicen que es raro porque echaron alcohol en la mezcla cuando estaba siendo condicionado y por eso es diferente a todos los demás. Y, como tal, al igual que sucede en la vida real, en cualquier etapa, es atacado por el resto.
Para ver a un ser humano diferente al resto atacado por cómo es no hace falta plantear un nuevo mundo futurista trágico, porque lo trágico ya lo vivimos en nuestro día a día, sea cual sea el momento de la Historia en la que vivamos. Hasta a los más desfavorecidos, incluso siendo masacrados, que huyen de sus países con lo puesto para no ser asesinados, los tratamos como seres humanos diferentes y raros, desconocidos. Y, claro, al ser desconocidos, automáticamente los calificamos como peligrosos.
¿Y cómo son los «salvajes» en ‘Un mundo feliz‘, como contraposición a los «civilizados»? Esta figura está representada por John, un salvaje hijo de una mujer «civilizada» que se perdió en la tierra de estos salvajes durante un viaje, que es llevado de nuevo a la civilización por Bernard Marx. Y este «salvaje» es la cara opuesta de la moneda a la alienación, a los que no se sienten felices con su vida, como Bernard Marx.
John es un lector avezado de William Shakespeare, un defensor de la libertad, del amor, del Humanismo, frente a un mundo «civilizado» en el que lo antiguo está prohibido porque sólo importa la producción en cadena fordiana que suponga la creación de nuevos seres humanos alienados que no conozcan lo antiguo y se preocupen sólo en consumir lo nuevo, en gastar para comprar lo nuevo, en tomar soma, en no hacerse ningún tipo de pregunta sobre todas las cuestiones humanas de las obras de Shakespeare, un maestro en narrar historias humanas de traiciones, pasión, amor, odio, honor… que siguen perdurando en nuestros días.
La novela distópica ‘Un mundo feliz’ es una obra imprescindible para todos los lectores que se precien de serlo. Una novela sobre cómo la felicidad, la estabilidad en esta sociedad futurista creada magistralmente por Huxley, radica en llevar al límite la alienación y el condicionamiento de los seres humanos, despojados de toda Humanidad. En que no sean capaces de plantearse si quieren ser libres, si les gustaría ser libres, aunque haya alguien que se lo diga directamente a la cara.