Hay matrimonios en los que la mujer no llega a conocer realmente a su marido y viceversa. Incluso hay matrimonios en los que el conocimiento certero que se tiene de la esposa o del esposo son mínimos, ocultos en una niebla de silencio, secretos y desapariciones temporales que no acaban nunca. Porque aunque hay personas que pueden ver el polvo en el viento como el final de un camino, ese mismo polvo es imperceptible para su pareja.
Berta Isla (Alfaguara, 2017) de Javier Marías es una excelente novela de un amor extraño que perdura a través del tiempo pese al mínimo tiempo de convivencia. Ella, Berta Isla, es una estudiante universitaria de Madrid que se acaba convirtiendo en una mujer solitaria sin marido y con marido al mismo tiempo. Él, Tomás Nevinson, medio español y medio inglés, un joven estudiante de Oxford (Reino Unido) que acaba convirtiéndose a la fuerza en un misterioso agente de los Servicios Secretos británicos que debe mantenerse silencioso como una tumba.
Y esa tumba de misterio, de cicatrices que son curadas con cirugía plástica de un día para otro, de mil y una voces y mil y una identidades que es capaz de tomar Nevinson, la cava día a día, queriéndolo y sin querer, este ser camaleónico superado por las circunstancias en gran medida. Un hombre que con el paso de los años cambia de personalidad tanto que acabará por no saber quién es ni él mismo. Mientras que Berta Isla espera pacientemente en su apartamento de Madrid criando a dos hijos solitarios en ausencia del padre.
La novela Berta Isla de Javier Marías (Premio de la Crítica en 2018) es un gran libro. Quizás se puede hacer algo largo, muy extenso en descripciones frente a acciones y momentos reales, en el pasado o en el presente. Pero tiene una extrema calidad literaria y poética (la novela está cargada de versos y de referencias a novelas y obras de teatro, españolas y británicas). Su lectura es sencilla, ágil, enganchan sus páginas, su misterio, sus soledades, su dolor, su peligro acechante pero siempre oculto.
La calidad de la novela es sumergirnos en la vida de Tomás Nevinson solo en la medida en que su mujer Berta puede conocer de él. ¿Qué hace Nevinson en sus misiones? ¿Adónde va realmente cuando coge un avión y vuela supuestamente solo al Foreign Office? Berta no lo sabe y el lector tampoco, pero poco a poco se conocen algunos detalles, mínimos, de lo que hace o puede llegar a hacer. Eso es, sin embargo, cuestión de imaginación leyendo el pensamiento de Tomás Nevinson. Las mismas preguntas que se hace Berta no las hacemos los lectores, sin sufrir nosotros (en parte, si nos metemos en el libro podemos sufrir en mayor o menor medida por empatía), sufriendo ella, cada vez menos.
Con el paso de los años (la novela transcurre desde la década de 1960 hasta la de 1990), las misiones secretas de Tom Nevinson serán conocidas por sus medias palabras, por sus frases crípticas, por un ‘si yo te contara’, un ‘quiero y no puedo’. Esto creo que no hace perder interés en la novela, ni mucho menos, aunque haya pasajes en los que hay quizás demasiada reflexión, quizás no.
El caso es que lo mejor de Berta Isla de Javier Marías no es el misterio como tal. Ni siquiera el contexto histórico, del que hay retazos: terrorismo del IRA y violencia en Irlanda del Norte, sobre todo, o la Guerra de las Malvinas, muy poco de la Guerra Fría o de los cambios políticos en España. Son las reflexiones sobre la vida, sobre los engaños, sobre el azar, sobre la muerte, sobre la soledad, sobre cómo vivimos en una paz que no es tal, solo calma latente que puede cambiar para siempre en cualquier momento. Es el vacío existencial, profundo, visceral y aterrador.
¿Sería posible la existencia de un Estado pacífico sin servicios secretos que cometan crímenes? ¿Las democracias tienen cloacas apestosas en las que un crimen salva o puede salvar millones de vidas y que es mejor que los ciudadanos no conozcan? No hablamos de espías en épocas de dictaduras o de guerra como en la serie Falcó de Arturo Pérez-Reverte: sino de espías que hacen literalmente de todo en pro de un país democrático (¿es democrático realmente si se cometen esos crímenes en su nombre?).
¿Es moral el espionaje porque el fin justifica los medios? ¿Es posible que exista de verdad una evasión de la responsabilidad absoluto porque Tom Nevinson no hace lo que hace, no actúa donde actúa, existe y no existe al mismo tiempo? Su vida y no vida es al final igual que la vida no vida de Berta Isla esperándole en Madrid día tras día, mes tras mes, año tras año. Ninguno de los dos vive como quiere. No son felices. No se tienen el uno al otro en libertad (o falsa libertad). Da igual que él esté oculto en las nieblas y ella a plena luz del día en un piso de Madrid o paseando por los Jardines de Sabatini.
Berta Isla de Javier Marías es un libro fundamental, que narra dos vidas paralelas y atrapadas a fin de cuentas. En el completo anonimato una de ellas, la de Tom; en la casi completa soledad, pero atrapada en la eterna espera, la de Berta. Una relación que bien recuerda a la de Ulises y la de su esposa Penélope, pero con grandes diferencias, como las de la sexualidad y la fidelidad tal y como la comprendemos hoy en día en el siglo XX. Porque la política, la sexualidad, la épica y el espionaje no se entienden igual. Porque el mundo cambia cada vez más rápido.
Lo que no cambia es que la distancia mata al amor, por mucho que uno crea que el amor de su vida es para siempre y nada lo cambiará. No cambia que hasta las supuestas mejoras democracias tienen mucha mierda debajo de las alfombras. Ni que es imposible terminar de conocer de verdad a una persona, por mucha cama y sexo que se comparta con ella. Con Berta Isla, Javier Marías en este sentido, quizás lo lleva a un extremo al meternos de lleno en la separación provocada por la naturaleza de los Servicios Secretos británicos, es cierto (ni la Reina sabe lo que hacen en su nombre los agentes).
En definitiva, lo que no cambia es que aunque seamos reyes que nos disfrazamos para convivir con la soldadesca en una batalla, en el fondo somos seres insignificantes con muy pocas o ninguna posibilidad de cambiar el Universo. La Tierra sigue girando con o sin nosotros, muera o viva el aire, tengan los viejos mangas o no. Y un día, hasta la Tierra no será más que una mota de polvo en el vacío, solo que ninguno seremos testigos de ese momento.