Al enfrentarse a un poemario, en muchas ocasiones el lector puede creer que se encuentra en un ejercicio de comunicación directa con el poeta o con la poetisa que lo ha escrito. Esto no es verdad siempre, pero a diferencia de otros géneros como el relato, la novela o el teatro, sí es cierto que en la poesía trasciende el pensamiento y la naturaleza íntima de quien escribe, quedando como legado no la vida del poeta o la poetisa, sino su obra. Y que muchas veces, leer un poemario es leer el alma del poeta.
Enfrentarse a la lectura de ‘Akasia‘ (Playa de Ákaba, 2017) se puede ver precisamente como esto, máxime cuando su propia autora, Inés Moreno, reta al lector diciéndole «leedme si me queréis conocer de verdad«. Y, yendo más allá, afirmando «A quien me quiera amar / que me lea«. O tal vez esta apelación, esta llamada de atención a quien posa su vista sobre el poemario y lo lee y aprehende, no sea más que una forma de jugar, de confundir al lector, que no sabrá si se encuentra ante una mera obra de ficción o ante la desnudez de esta joven escritora en forma de verso.
Sea como sea, este poemario es una tremenda obra que debe ser leída. Esté o no escrita su lectura en el destino de cada uno de sus lectores, o su desconocimiento absoluto y eterno para aquellos a los que las páginas de su libro vital no le lleven a él. Predestinados o no, dueños o perdidos en el libre albedrío, los lectores de ‘Akasia‘ se encontrarán con una poesía sutil y hermosa, pero también rotunda, fuerte, aguerrida y firme. Tan fuerte y tan suave como el viento, dependiendo de cómo se presente y de cómo lo sintamos. Como el latido de nuestro corazón al ser conscientes de él o al vivir sin darnos cuenta de su continuo latir.
Por momentos recordará la sucesión de acontecimientos narrados en ‘Sympathy for the devil’ de los Rolling Stones. Aunque la poetisa no pide permiso para presentarse y directamente deja claro que «he sido éter«, que ha tocado la luna, que es un libro, un viejo, un verso o una lágrima. Y, personalmente, algunos poemas me han recordado a algunos de mi cosecha (ella más etérea, menos carnal), porque la conexión del universo con la Tierra y con el alma de los seres humanos, soñadores, utópicos, está presente de forma continua a través de sus poemas y también en unos cuantos de los míos.
Como lo están el polvo de las estrellas y el cielo como conocedor de nuestros secretos y anhelos, la denuncia social y la incapacidad de descifrar el misterio de la vida. Y hasta el hecho de poetizar con la Luna, mas sin atacarla. Como si fuera nuestra madre girando siempre alrededor de nosotros, protegiéndonos, incitando al amor a las olas y a la arena de las playas, y a que hombres y mujeres, heterosexuales, homosexuales, bisexuales… lo hagan en ese lecho.
Y la memoria. No sólo de los hombres y las mujeres, sino del propio universo. Porque la escritura en primera persona de este libro nos transporta a lo etéreo, a lo universal en el más amplio sentido de la palabra. A lo cósmico. La poetisa parece adoptar cualquier forma para hacernos llegar su mensaje, para mostrarnos su rebeldía o la sonrisa anarquista dibujada en su rostro. Y la eterna sensación de magia al observar las estrellas, titilantes o en forma de lágrimas de unos ojos, invisibles a los nuestros. Porque en ‘Akasia‘, «esas estrellas son mis ojos«.
La poetisa también nos recuerda que llevamos puestas máscaras. Y nos da que pensar en si debemos ser soñadores y creer que algún día caerán y nos mostraremos sin ropa y sin piel, sin huesos y sin arterias, como el éter. O si no podremos o no querremos quitárnoslas. Sin poder ver que «en un instante ocurre todo: / la muerte, la vida, el dolor, / y el gozo más profundo«. Esos instantes hermosos, en los que suena el amanecer al despertarse, en los que la libélula vive, tal y como aseguran los siguientes versos:
La líbelula, dice el Tao,
vive entre dos dimensiones,
(…)
en los momentos únicos
que habitan en la eternidad
(…)
Su voz es, unas veces, dulce, como es el amor de una madre por su hijo, otras veces, retadora. Pero también la de una “reina, dama de la noche, vasalla de la oscuridad”. Es una voz que, efectivamente, resuena tras las tormentas y agita los pensamientos. De manera que por momentos los ojos de la utopía nos miran directos a través de los versos de ‘Akasia‘, que nos dicen que hay que llorar, sí, «por haber reconocido las cosas de la vida realmente bellas (…) porque son por las que merece la pena llorar«. La poetisa quiere que el ser humano se reencuentre consigo mismo, que sienta la conexión cósmica con el universo, que deje de haber hombres grises.
‘Akasia‘, escrito en verso libre (la autora pide disculpas por si hay rimas en sus poemas al inicio del libro), es una invitación al lector a cerrar los ojos y a imaginar. A ser pájaro y viento, árbol y estrella. La vida física del ser humano es contingente y finita. El ser humano es un animal que puebla un pequeño planeta en un rincón de una galaxia de cientos de miles estrellas en una inmensidad de cientos de miles de millones de galaxias. No es ajeno, es parte de, a pesar de haber perdido esa noción, tan fundamental, de cuál es nuestra naturaleza.
Somos, sí, un ser diminuto dentro de un punto minúsculo del universo. Pero este poemario va más allá de unas simples palabras escritas en verso. Es un poemario sobre la magia. Sobre la magia de bailar al ritmo de David Bowie y sentirse en armonía con el universo al ver cómo el cielo llora estrellas. Sobre la magia que cualquier humano soñador, utópico, sí, estemos predestinados o no, siente al observar el cielo oscuro y limpio (donde la contaminación no exista), e intentar no sólo sentir la memoria del universo. Sino escucharlo.
Traslademos a la poesía que impregna la vida de los utópicos la ya enorme dosis poética de la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, según la cual la aceleración de grandes masas de energía en el universo produce la liberación de energía en forma de ondas que curvan el espacio-tiempo.
¿Cómo no sonreír pensando en cómo suena el universo? ¿Cómo no sonreír al pensar que la investigación científica asegura haber descubierto las ondas gravitacionales, el denominado «sonido del universo» que predijo Einstein sólo un mes después del fallecimiento de David Bowie, en febrero del 2016?
«Llevadme, cuando muera, / a la ciudad de las estrellas«, es el deseo de la poetisa en el último de los poemas de ‘Akasia‘, a modo de cierre del círculo poético, vital, que ha elaborado de forma magistral en las 121 páginas de este poemario. ¿Cómo no pensar que la armonía del universo ha hecho que Bowie ya nos espere a los soñadores, a los utópicos, a los amantes y defensores de la libertad, en la ciudad de las estrellas y que el sonido del universo sea el suyo?