Primera publicación de reflexiones que me surgen tras acudir como público a las ‘Veladas poéticas’ de los Cursos de Verano de la UIMP 2017 en Santander
Todos los seres humanos tenemos nuestra propia mirada del mundo. De la más positiva a la más negativa; de la atea a la creyente en las diferentes versiones, según la religión que profese cada individuo; de la que tiene como consecuencia una vida plena y feliz, sin complejos ni problemas vitales, a la más nihilista y autodestructiva.
Y los poetas, como seres humanos que son, también tienen la suya. No sé si igual o diferente a la de los novelistas o dramaturgos. La discusión acerca de la sensibilidad, distinta y similar, que puedan tener los poetas en comparación con los narradores, es muy larga, y no es el motivo de esta reflexión poética.
Centrándonos más en la mirada del mundo que tienen los poetas, lanzo la pregunta que da título a esta publicación. ¿Es siempre la misma a lo largo de toda la vida y obra del autor, o puede sufrir cambios que provoquen que la visión varíe, en mayor o menor medida, desde la primera obra, desde el primer poema, hasta el último?
Esta pregunta me la he hecho al ser parte del público de una de las sesiones del ciclo ‘Veladas poéticas’ en el Palacio de la Magdalena de Santander, mi lugar de trabajo este verano cubriendo los Cursos de Verano 2017 de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) para la agencia de noticias Europa Press.
En esta ocasión, la primera de este verano a la que he acudido a estas veladas poéticas, la protagonista fue la poeta (¿o la poetisa?) Mercedes Cebrián, quien dejó al público algunas reflexiones o cuestiones, entre ellas que su visión del mundo no puede cambiar porque, por decirlo de alguna manera, las gafas con las que ve el mundo no cambian, no varían. Su visión es una y no sufre modificaciones radicales.
Hasta el punto que cree que quizás deba llegar el momento en que tenga que dejar de escribir, porque a pesar de que pueda escribir poemas u obras distintas, su visión no varía radicalmente. Por ello, sin querer polemizar acerca de que sus palabras sean acertadas o no -todos tenemos nuestra posición al respecto y lo que hay que buscar es el diálogo, no el enfrentamiento, porque nadie posee la Verdad-, más o menos lejanas a mi percepción de la vida y la poesía, sin buscar la confrontación, hago un par de cuestiones.
¿Es posible que un poeta pueda tener siempre la misma mirada sobre el mundo, las mismas gafas con la misma graduación? ¿Significa esto, en el caso de que la respuesta sea afirmativa, que la visión y, por lo tanto, la poesía, se quede corta y carezca de valor porque supone repetir una y mil veces la misma idea, aunque cambiando la forma de contarlo? ¿O, por el contrario, da fe de una tremenda fortaleza al tener claro desde el primer momento, cómo es su propia visión, manteniéndose inamovible y con la coherencia que eso supone?
Las respuestas a estas preguntas no son sencillas, aunque a modo de pincelada diré que sí es posible tener una idea firme durante toda la vida acerca de las cuestiones más importantes, como qué hacer para tener una vida plena con uno mismo, qué se piensa acerca de la muerte y cómo afrontarla, o qué significado y fuerza tiene la poesía para reflejar con versos los sentimientos, anhelos, recuerdos, miedos o ideas plasmados en cada obra. Separando cuando se deba hacer el poema de la personalidad y el pensamiento de quien lo escribe.
Sin embargo, creo que aun manteniendo la misma visión sobre estas u otras cuestiones, es imposible que la mente y la mirada de quien escribe poesía -del poeta o la poeta-, o cualquier tipo de literatura se mantengan imperturbables o sin posibilidad de cambios radicales durante toda la vida, salvo en una situación de aislamiento. Toda nuestra existencia se basa en el contacto con el mundo exterior y todo eso afecta a nuestra vida, a nuestra forma de pensar y de obrar.

Tal vez a lo largo del camino no recibamos ningún impacto externo que nos haga plantearnos de un día para otro todo lo que tenemos asimilado. Tal vez el golpe de las olas y del viento no cambie la forma de las rocas que forman los acantilados de una sola vez. Pero con el paso de los años la erosión se percibe. Al hablar de los acantilados, el proceso es mucho más largo y una vida humana no lo abarca.
Pero el viento y las olas que nos golpean a los humanos, en mi opinión, sí nos afectan más a corto plazo, No siempre, ni necesariamente de forma repentina, pero el poso que se produce, en algún momento, sale a la luz. Por eso, creo que la mirada del poeta no puede permanecer siempre igual, muy difícilmente una persona puede mantener siempre las mismas gafas. Y no digamos los cristales graduados.
Por otro lado, no cambiar de gafas ni de visión en toda la vida no debe suponer, como consecuencia inevitable, que la calidad de la literatura se resienta, es simplemente una posibilidad. Como la de perder calidad por variar de mirada continuamente. Una misma mirada puede ofrecer diversas o infinitas posibilidades porque cada poema, cada relato o cada novela son distintos. Se cambian los personajes, las situaciones, las maneras de enfrentarse a las situaciones narradas.
Porque no todos los personajes son iguales, aunque seguramente a quien lea estas líneas le pueda venir a la cabeza algún autor o autora, del que haya leído más de una obra (sin contar sagas en las que hay una continuidad) y que crea que leído un libro suyo, leídos todos.
Ese es el riesgo que se corre al final al no poder cambiar de visión: que toda la obra no únicamente mantenga una unidad y coherencia, sino que se convierta en repetitiva y aburrida para los lectores. Más allá de que haya escritores “especializados” en un tipo concreto de género literario.
En ese caso, la mirada del autor, sus gafas, no cambian. Y tampoco lo hacen las gafas de sus personajes y el lector puede incluso llegar a pensar que el autor está encorsetado, limitado, y no es capaz de aportar nada nuevo a lo que haya aportado previamente. Con todo lo cierto que tiene, también, que un escritor no tiene literalmente la obligación de aportar novedades en cada obra publicada.

De que lo haga o no depende, eso sí, ganarse el aplauso de los lectores y de los críticos (aquí cada escritor querrá congraciarse con unos en lugar de con otros, o solo con una parte, o incluso no buscará ninguno de los dos beneplácitos, sino solo escribir). Y si la visión no varía nunca, si solo cambia la forma porque el fondo es el mismo, se puede caer en la monotonía y en la pérdida de valor del conjunto de la obra literaria.
O, por el contrario, se puede tener un corpus literario sin fisuras y, encima, que tenga el voto positivo de los lectores. Todo puede pasar, pero estoy convencido de que la visión del poeta varía, tiene que hacerlo, porque la sensibilidad y la percepción poética del mundo llevan a percibir mejor los cambios, las formas, lo que está oculto, las heridas abiertas en el mundo por las que sangra la Humanidad.
Y esas heridas no se perciben siempre igual. Incluso hay periodos en los que no las percibimos, y puede llegar un momento en el que la sangre nos salpique y nos haga replantearnos todo. Y eso, creo que irremediablemente, lleva a cambios de gafas y de cristales graduados. Dudo mucho de que haya poetas o escritores que piensen exactamente igual desde el principio hasta el final de su vida o de su vida literaria, estoy convencido de que siempre hay variaciones, en mayor o menor medida.
Con todo esto, no dudo en absoluto de que la mirada de Mercedes Cebrián no pueda cambiar radicalmente, eso está claro. Cada experiencia vital es única: unas tienen cambios radicales y repentinos por ‘shocks’ y otras no.
Que no se entienda esta publicación, por lo tanto, como una crítica a sus palabras ni a su obra. Sólo es una forma de abrir un debate, a quien quiera participar, sobre la posibilidad de que la mirada del escritor, del poeta, cambie o no radicalmente. O incluso de que no cambie. Y de las consecuencias que puede tener en caso de haber variaciones o no.